“Hay que entender la política, no como una aventura de gente ansiosa de poder personal, o llena de un cinismo bien o mal disimulado y de una magnífica impiedad, o para entretenerse en juegos de engolada o vaga retórica”.
‒ Jorge Basadre, historiador peruano.
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Muchos podrán argumentar que el problema peruano se gestó hace mucho, que la cuestión nacional nunca se resolvió con la independencia de España y que solo hubo un simple cambio de propietarios y que lo que ocurre en estos momentos es solamente la manifestación del agravamiento de las tensiones sociales que tuvieron origen en la época de la conquista o inclusive desde mucho antes y que nunca fueron solucionadas. De hecho, si hurgamos ligeramente en nuestra historia tendremos que admitir que tienen cierta razón.
Ahora, si solamente nos suscribimos a los últimos cinco años, los seis sucesivos presidentes de la república (con la única excepción de Francisco Sagasti) detentan múltiples investigaciones y procesos de corrupción, así como denuncias por graves delitos en contra de los derechos humanos.
Debemos decir que, en las últimas elecciones, un gran sector del electorado cifró sus esperanzas en un profesor de una escuela rural que aparentemente representaba el cambio social y que poseía una probada honestidad, producto de los valores morales proveídos por su entorno de origen humilde (Somos gente como tú solían decir), pero todo resultó siendo una traición más a esos ideales.
Actualmente, con una grave crisis de institucionalidad reflejada en un Congreso con un evidente sesgo mafioso (ley anti forestal, ley pro minería ilegal, ley de educadores sin título) que protege y blinda a la actual presidenta que tiene sendas investigaciones por corrupción, pero sobre todo por estar vinculada a la autoría intelectual de las 49 muertes durante las últimas protestas, con un Tribunal Constitucional elegido a la medida de sus socios del parlamento y con un Poder Judicial con no esclarecidos cuestionamientos.
El Perú se ha convertido, entonces, en un país donde la única prioridad es sobrevivir y no solamente una supervivencia al flagelo de la pobreza extrema, sino también una supervivencia moral dada la escasa calidad de integridad de nuestros dirigentes, lo que explicaría, tal vez, la poca o casi nula participación de la ciudadanía en el debate político.
A veces, solemos pensar que ya se llegó al fondo del abismo y que ya no hay más espacio para seguir descendiendo, imaginamos que ya llegamos al final, pero nos seguimos sorprendiendo al constatar que al parecer es algo así como despeñarse en un profundo acantilado donde el fin de la pendiente es imperceptible.
Pero aun así prefiero creer que todavía queda una luz de esperanza confiando en la atinada reflexión de Jorge Basadre, nuestro ilustre historiador que verbalizaba: “El Perú es mucho más grande que sus problemas”.
Más del autor: Víctor