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El pasado jueves 11 de julio, por tercera ocasión, viví en carne propia los efectos de la inseguridad en la ciudad de San Francisco, California. Esta vez sufrí el robo de mi medio de transporte, una bicicleta, la cual utilizo desde hace más de dos años como una manera de contribuir a no contaminar el medio ambiente.
Es un secreto a voces que el Departamento de Policía de San Francisco (SFPD, por sus siglas en Inglés), se encuentra completamente rebasado para hacer frente a la inseguridad que se vive en las calles, sobre todo en zonas consideradas como “de mayor inseguridad”.
Sin embargo, aún en estas zonas puedes ser víctima de que le rompan los cristales a tu vehículo para robar objetos al interior, así como de asaltos en medios de transporte público o en las calles.
Yo incluso he sido testigo mudo, porque poco se puede hacer, de robos al interior de vehículos de visitantes que acuden a lugares turísticos como Alamo Square Park, frente a las famosas Painted Ladies, que son visitadas a diario por cientos de personas.
Pero regresemos a mi mala experiencia con el tema de la inseguridad en el condado y puerto de San Francisco.
Pasadas las cinco de la tarde, del 11 de julio de 2024, acudí a la conocida calle Folsom, que cruza entre la 5 y 6, para hacer algunas diligencias.
Como de costumbre, coloqué dos candados a mi bicicleta y la dejé parqueada en una de las áreas dispuestas para ese tipo de vehículos. No habían pasado más de 30 minutos, cuando salí del local al que había acudido, para llevarme la desafortunada sorpresa de que había sido robada.
Confieso que mi primera reacción fue de impotencia y enojo. Es la tercera ocasión en la que me roban un vehículo.
En 2022, en la puerta de un conocido supermercado ubicado en la calle 14 y Folsom, me robaron una bicicleta eléctrica, la cual rentaba, por lo que tuve un gran problema y una pérdida de varios cientos de dólares.
Un año después, en 2023, estacioné mi bicicleta en la puerta del edificio en el que vivo, en el barrio conocido como Lower Pacific Heights, considerado tranquilo y seguro, o al menos es lo que te dicen al momento de alquilar.
En esa ocasión, usaba un solo candado para el vehículo, por lo que el malandro o malandros, se robaron únicamente la llanta delantera. Gasté otros cientos de dólares para reparar esa pérdida.
Apenas en abril pasado, adquirí, por necesidad, una bicicleta híbrida, en la que invertí casi dos mil dólares. Ante las malas experiencias, mi novio David, decidió comprar dos chips e instalarlos en nuestros vehículos. No sabía que esa decisión me salvaría de perder mi “bicla”.
LA ODISEA DE LA BICICLETA ROBADA Y AUTO RECUPERADA
El 11 de julio, minutos después de que me robaran la bicicleta en la calle Folsom, entre la 5 y la 6. Recordé la maravillosa idea de David de colocar el chip para rastrear el vehículo, así que desbloqueé el celular y, a través de la aplicación del chip ubiqué el objeto robado.
La unidad me apareció en la zona de La Misión. Por lo que caminé sobre la calle 6 para alcanzar la calle Misión y abordar un camión que me acercara. En el camino, encontré uno de los seguros que habían arrancado para robarse mi bicla, lo mantuve conmigo como prueba del delito.
En efecto, la bicicleta se encontraba sobre la calle Misión, entre la 17 y 18. Junto a mi vehículo, había una persona afroamericana y una mujer que se veía afectada por algún tipo de sustancia. Ambos lucían como personas en situación de calle y consumidores de sustancias que afectan el cerebro.
Ante esta situación, lo primero que hice fue llamar al 911, pensando que sería sencillo pedir apoyo policiaco, que algún oficial u oficiales acudirían y me ayudarían a recuperar mi bicicleta, la cual yo tenía bien ubicada.
En el número de emergencias me contestó una persona que hablaba un poco de español, le expliqué la situación, tras lo cual me hicieron muchas preguntas, incluyendo la descripción de la persona que había robado la bicicleta, aporté los datos que tenía y la persona que me atendió dijo que una patrulla con oficiales estaba en camino.
Pasaron más de 15 minutos y la patrulla no llegaba, cabe mencionar que en la calle Valencia y 17, se ubica una estación de Policía, precisamente en el 630 está la Mission Police Station.
Ante la falta de respuesta, no me quedó más remedio que acercarme al lugar en donde estaba mi bicicleta, en esa zona se congregan personas que se dedican a vender todo tipo de artículos robados, específicamente en la acera que comprende la calle Misión, cruzamientos entre la 17 y 18.
Con temor y pidiéndole a Dios fuerza y protección, me acerqué a la persona de origen afroamericano para indicarle que la bicicleta que tenía es de mi propiedad.
Sin el menor asombro, me respondió que la había comprado por 100 dólares y que si quería recuperarla debía pagarle esa cantidad.
La rabia y la impotencia volvieron a mí. El sujeto se subió a mi vehículo y se alejó sobre la calle Misión, dobló a la derecha sobre la 17 y se dio a la fuga. La policía nunca llegó.
No tuve el valor para confrontarlo más, por mi mente pasaron muchas situaciones, una de ellas, era la posibilidad de que esa persona estuviera armada con un objeto punzocortante, ya que yo mismo he sido testigo de que los asaltantes se suben al transporte público con cuchillos, desarmadores y otros objetos con los que pueden agredir a cualquier persona.
La policía nunca llegó, incluso, al momento en que la persona huía con mi bicicleta, pasó por el lugar un carro patrulla, le hice una seña con la mano para llamar su atención y fui ignorado.
PÉRDIDA DE TIEMPO EN PEDIR AUXILIO
A través de mi celular observé al sujeto alejarse con mi vehículo, el chip me indicaba metro a metro los lugares que recorría, cuando se encontraba por la zona del Tenderloin y Civic Center volví a llamar al 911, hice al menos 10 llamadas.
Ante mi insistencia telefónica, una de las respuestas que dieron fue que acudiera a la Estación de Policía que se ubica en la calle Valencia y 17. Eran pasadas las seis de la tarde del jueves 11 de julio, entré al edificio y me acerqué al mostrador, sin embargo, no había personal, lo que no me sorprendió.
Esperé por varios minutos y finalmente aparecieron dos oficiales de policía.
Una mujer me atendió, pero ella no hablaba español y mi inglés no es muy bueno, sobre todo cuando estoy nervioso o en apuros. El otro oficial, que era el encargado de la Estación en ese momento, se dio cuenta de mi desesperación, él hablaba español, así que se dirigió a mí solo para decirme que antes de que pudieran brindarme cualquier tipo de ayuda era necesario hacer un reporte del robo de mi bicicleta.
Le expliqué que tenía ubicado mi vehículo, que solo requería el apoyo de algún oficial para acercarme a la persona que lo tenía y poder recuperarlo.
Visiblemente incómodo por mi insistencia en pedir apoyo, me respondió que no contaban con suficiente personal para designar a alguien, me insistió en levantar el reporte e indicarme que yo tenía que acercarme de nuevo a mi vehículo, ubicarlo y de ahí llamar al 911 para pedir la presencia de algún policía, pero ahora usando el número de reporte.
Con el papelito del reporte en la mano y con el triple de frustración, salí de la oficina de policía. Me mandaron a la calle sin una solución real y, lo más frustrante, veía desde mi celular como la persona que tenía mi vehículo paseaba por varios puntos de la ciudad, incluso, regresó a la calle Misión entre la 17 y 18.
Desde el primer momento del robo me mantuve en contacto con David, mi novio, quien en todo momento me alentó a seguir luchando por recuperar mi vehículo. Él es testigo de lo mucho que me gusta usar mi bicla para recorrer la ciudad.
Estuve a punto de dar por perdida mi unidad, pero pensar en que perdería mi inversión de casi dos mil dólares, y sobre todo, el malestar de estar consciente de que sabía dónde estaba, me dieron fuerzas para abordar otro vehículo y acercarme de nuevo a la dirección en la que marcaba que se encontraba la bicicleta.
En esta ocasión fui a la calle 9 y la calle Tehama, el GPS ubicó mi bicicleta en ese lugar. Al llegar, seguí de nuevo las instrucciones de la policía de comunicarme con ellos al 911. Por enésima ocasión, expliqué lo que había pasado, pero las preguntas seguían, incluso, me preguntaron el nombre de la persona que se había robado el vehículo. Una vez que concluyó el largo cuestionario me dijeron que mandarían apoyo policiaco, aunque se negaron a decirme en cuanto tiempo llegaría.
Pasaban los minutos y no llegaban. Mi bicicleta ahora se encontraba en la calle Tehama, entre la 8 y la 9. Sin embargo, ya no estaba ahí la persona de origen afroamericano, deduje que la había abandonado ahí, en su lugar había un hombre blanco a lado de una casa de campaña junto con otros artículos. Era evidente que la persona se encontraba bajo los influjos de las drogas.
Mientras esperaba que llegara la policía (ingenuamente pensaba que me iban a ayudar), caminaba por los alrededores del lugar en el que se encontraba mi vehículo sin atreverme a confrontar a una persona bajo los influjos de drogas por temor a su reacción.
Afortunadamente, unos latinos se encontraban en ese momento en la calle, era un grupo de tres venezolanos, ellos, al notar mi inquietud, me veían de forma rara. Ya habían pasado más de 15 minutos y el apoyo policial no llegaba, por lo que decidí que no me quedaba más remedio que hablar con los latinos y explicarles mi situación.
Tras relatarles mi historia, su reacción fue de molestia, “pero no vayas a tener un accidente y choques, porque enseguida aparecen decenas de patrullas”, ironizó uno de ellos.
Les mostré el documento que contenía el número de reporte del robo y, para cerciorarse que mi relato era real, uno de ellos marcó al 911, ahí le confirmaron que tenían el reporte y que la ayuda estaba en camino, claro, no dijeron que camino.
Tras varios minutos y de que la ayuda policial no apareciera, los tres chicos latinos me acompañaron a reclamar el vehículo. El sujeto que custodiaba mi bicicleta reaccionó asustado, alcanzó a decir algunas palabras en inglés que no entendí y movía la cabeza de un lado a otro.
Los venezolanos gritaron “¡súbete a la bicicleta y vete, no esperes más!”. Me recuperé del asombro y del temor, prendí la bicicleta (híbrida), no sin antes agradecer a los chicos por su ayuda.
Me pareció increíble recuperar por mi cuenta (con la ayuda de los tres venezolanos, obviamente), mi vehículo, pero sin respuesta del Honorable Departamento de Policía de San Francisco.
Cabe mencionar que ese mismo día, 11 de julio, cuando me encontraba en mi domicilio y tras recuperar por mi cuenta el vehículo robado, recibí una llamada telefónica del Departamento de Policía de San Francisco, respondí, pero nadie habló. No pasó nada.
La idea de narrar mi experiencia con la inseguridad y la falta de apoyo por parte de la policía en la ciudad de San Francisco, no tiene otro objetivo más que revelar la problemática que padecen cientos de personas, que nos encontramos en desamparo, porque no hay apoyo policiaco real.
Quienes vivimos en esta ciudad, sabemos que faltan elementos policiacos, además de una renovación importante de las unidades policiacas, ya que incluso en las calles, se ven patrullas obsoletas, vehículos de modelos antiguos.
Un elemento policiaco, reconoció que no hay policías suficientes que puedan atender a la población, dijo que estaban imposibilitados para que un policía ayudara a recuperar una bicicleta a pesar de que había sido plenamente ubicada.
La pregunta obligada es ¿para qué sirve el Honorable Departamento de Policía de San Francisco? Y, ¿en manos de quién está la seguridad de los habitantes de la ciudad, puerto y condado?
Quiero destacar que quienes vivimos en Estados Unidos, sabemos sobre los altos impuestos que hay que pagar para estar aquí, tan solo en el caso de la ciudad de San Francisco, el Gobierno de la Ciudad, hace cobro de impuestos por varios rubros, por lo que es importante que parte de esos recursos se destinen a la seguridad pública, así como la actualización del personal y la infraestructura.
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