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El sol tiene poco de haber salido. Juana Chavoya, campesina oriunda de Jalisco, México, se abre paso por el piso doloso y las aromáticas y húmedas plantas en un campo de menta en Tulelake, California.
Tulelake es un pueblo pequeño, rural y remoto, con menos de mil habitantes, ubicado en el extremo noreste del estado de California, en el condado de Siskiyou, a escasas dos millas de Oregón.
La economía de Tulelake se sustenta en la agricultura, en los vastos campos de cebolla, papa, menta, lechuga, alfalfa, ajo, fresa y otras frutas y verduras cultivadas por manos de inmigrantes mexicanos, quienes representan 49.8% de la población; 61.5% corresponde a blancos.
Paradójicamente, pese a que del pueblo salen toneladas de alimentos frescos, es muy difícil comer frutas, verduras y hortalizas; lo que aquí se cultiva se vende lejos, en los centros urbanos.
Sigo a Juana con cámara en mano y los mosquitos en masa, con su voraz apetito, me siguen. Son implacables, me advierten los campesinos, quienes se tienen que rociar de repelente todas las mañanas; “y aun así nos siguen picando”, dice sonriente Juan Chavoya, esposo de Juana.
Tulelake es un pueblo de contrastes, Juana lo describe como un “lugar donde se trabaja muy duro y se gana poco dinero, pero a la vez muy lindo por su naturaleza, tranquilo, ideal para criar niños, y donde las personas [los campesinos] son unidas”.
Al mediodía, durante su hora de descanso, platico con un grupo de campesinas en un campo de cebolla. Coinciden con Juana en que les gusta Tulelake “por su naturaleza y por lo mucho que las campesinas se apoyan entre sí”.
Pero las mujeres en grupo también subrayan que en Tulelake la vida es dura: “se trabaja mucho y se gana poco”. “A veces nos sentimos en un pueblo olvidado, sin servicios básicos, sin un banco, sin farmacias, sin servicios para personas con necesidades especiales, sin dentistas, estamos alejados de todo”.
Las campesinas suelen ganar 16 dólares la hora. Aseguran que esto apenas les alcanza para cubrir todos sus gastos. Además, tienen que ahorrar para sobrevivir en temporada de invierno, donde no hay trabajo.
Pero el ánimo no cae “a darle para delante, porque es a lo que nosotros hemos venido, a luchar para salir adelante, ser de bendición para los demás y para sacar adelante a nuestros hijos”, asegura Juana.
La temporada de trabajo en Tulelake va de principios de abril a finales de octubre. En invierno nieva mucho y la mayor parte de la población campesina se queda desempleada. Algunas, como Juana, tienen la suerte de trabajar en las pocas empacadoras de papas que quedan en el lugar.
“¿Cuáles son las principales problemáticas que enfrentan las campesinas en Tulelake?”, pregunto a un grupo de mujeres durante su almuerzo en un campo de cebollas.
Ema Hernández, quien tiene más de cuarenta años viviendo en el pueblo, responde rápido y las otras asientan con la cabeza: “el calor, la falta de transporte, los servicios de salud y que el trabajo es temporal”.
Las temperaturas del verano en Tulelake suelen ser sofocantes, pueden variar entre 70 y 110 grados fahrenheit al mediodía. “Hay que cubrirse muy bien del sol y tomar agua constantemente”, comenta Ema.
“A veces le duelen a uno todos los huesos y las manos. Viene uno a veces con los pies bien hinchados del calor. A veces llega uno [a su casa] todo sediento, se sienta uno en una silla y se queda dormido con la boca abierta, de cansancio, y toda la semana es lo mismo”, expone Juana.
Otras mujeres, con las que realicé un grupo focal, aseguran que, recientemente, algunas trabajadoras se desmayaron mientras trabajaban en el campo, pero las empresas esconden los casos y a las empleadas les da miedo hablar del tema por temor a represalias laborales como despidos.
Me di cuenta de que la población campesina en Tulelaka tiene miedo de hablar de algunos temas, como las injusticias laborales, que algunas describen como “condiciones de nueva esclavitud”.
Otro tema es el racismo. Kelly Harris, de la organización TEACH- Training, Employment, and Community Help (Capacitación, Empleo y Ayuda Comunitaria) asegura que “la población hispana nunca ha sido respetada en esta comunidad; se les considera trabajadores, no personas”.
Por otra parte, aún hay campesinos que no cuentan con servicios de salud porque, pese a que la expansión del programa Medi-Cal (la versión estatal de Medicaid) en 2024 ya incluye a personas indocumentadas, existe el temor de que solicitar este servicio les cuente como carga pública y no logren regularizar su situación migratoria. Cabe aclarar que Media-Cal, no es considerado carga pública.
A esto se suma la insuficiencia de infraestructura médica y de personal de salud. Laura Pérez , directora de Early Head Start en Tulelake, señala que solo tienen una clínica y que programar citas les pueden tomar meses. “Los que necesitan atención inmediata deben viajar 50 km a través de la frontera estatal hasta Klamath Falls, en Oregón, donde los médicos pueden o no aceptar Medi-Cal en función de quién esté de guardia un día determinado”.
Pérez añade: “No tenemos farmacia. No tenemos transporte. No hay proveedores”.
Las próximas elecciones generales en los Estados Unidos, particularmente la retórica antiinmigrantes del expresidente y ahora candidato a la presidencia Donald Trump, también son un tema que forma parte de las conversaciones entre campesinas.
“Nos sentimos atacados y discriminados por Donald Trump, por su manera de dirigirse a nosotros, es muy hiriente”, dice Juana.
Y contrario a los señalamientos de Trump, Juana aclara: “nosotros cumplimos con nuestros impuestos, con respetar la ley y con apoyar a nuestra comunidad, de hecho hay personas americanas aquí muy buenas y tenemos buena relación con ellos, sentimos que somos parte de aquí, porque somos personas que venimos con un pensamiento y un corazón limpio para progresar y para hacer crecer esta nación”.
Durante el día, las calles de Tulekake se aprecian vacías, da la impresión de ser un pueblo fantasma, sobre todo por los edificios con vidrios quebrados y polvorientos de negocios que ya cerraron, como un banco y un cine.
Pero a las tres de la tarde, los campesinos llegan caminando y en auto a Vallarta Grocery Store Taquería, una tienda de productos mexicanos que funciona como el punto de reunión comunitaria más relevante del pueblo.
Se abre a las seis de la mañana y a esa hora pasan algunas personas por un café y un pan mexicano antes de ir al campo. A las tres, cuando salen de trabajar, llegan a hacer sus compras y/o hacen envíos de dinero a México, cuenta Irma Alonso, propietaria del lugar.
Grocery Store Taquería no vende alcohol y es la única tienda donde encontré verduras. Las dos tiendas, no mexicanas, son principalmente licorerías, por lo que pude observar.
Con el ligero viento cálido de la tarde que termina, llegan los sonidos de risas, gritos de alegría y música de banda mexicana que se entremezclan y se pierden a la distancia. Me acerco guiado por las tubas, las trompetas y el ambiente de fiesta. La festejada es Dulce Ibarra, quien cumple XV y lo celebra a lo grande.
Veo caras conocidas de personas que horas antes estaban trabajando en los campos. Esta noche, lucen sus mejores atuendos: botas vaqueras, camisas de llamativos colores, elegantes sombreros y cinturones de cuero con vistosas hebillas.
En la pista, ambientada con música en vivo, se entrega todo, se baila igual que se vive a la mexicana: con pasión, amor, sudor, alegría y, a veces, nostalgia.
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