6.2 C
Redwood City
martes, febrero 11, 2025
spot_img

Crónica del día que fui a ver “Emilia Pérez”

Escucha esta nota:

 

Era miércoles y decidimos ocupar el descuento del cine para ir a ver Emilia Pérez, de la cual aún no sabía mucho, pero de la que los comentarios ya se empezaban a filtrar en mis redes sociales. La mayoría eran negativos hacía el filme, mientras que otros, aunque mucho menos, decían que era una buena película. Me sorprendió que varias personas comentaran que se habían sentido ofendidas al verla y que incluso muchas otras hasta habían reclamado un reembolso al cine, tras sentirse estafadas. Así que, en medio de toda esa polémica, nos encontrábamos mi compañero y yo en la sala de cine casi vacía, con palomitas y refresco en la mano. 

La pantalla grande se encendió y después de veinte largos minutos de comerciales, apareció la imagen de un mariachi y el pregón de fondo del fierro viejo, tan característico de la Ciudad de México. Inmediatamente pensé en lo genérico de esa imagen, utilizada una y otra vez por los extranjeros para definir la cultura e identidad mexicana.

Después de eso, una mujer que trabaja como abogada, la cual, tras una llamada sospechosa, es secuestrada en un puesto de periódicos por lo que asumimos son narcotraficantes. Ya en lo que parece un lugar lejano de la Ciudad de México, la abogada se encuentra frente al “Manitas”, un narco poderoso que le pide ayuda para llevar a cambio su deseo de cambiar de sexo y con ello de vida. La abogada siempre tranquila. 

“El Manitas” sin usar un gramo de violencia y casi conmovido hasta las lágrimas con la foto de sus hijos y su esposa entre las manos. Afuera camiones con música a todo volumen, luces tecnicolor y delincuentes que contemplan la alianza entre el narcotraficante y la abogada que después de varios bailes y canciones, consigue que “El Manitas” logre su transición a ser Emilia Pérez. 

Mientras la película avanzaba yo me sentía cada vez más enojada y ofendida, porque lo que estaba viendo no tenía ni un gramo de verdad. Es decir, desde la llamada guerra contra el narcotráfico promovida en el año 2006 por el entonces presidente Felipe Calderón, sabemos que los grupos criminales y las redes de narcotráfico operan de las maneras más crueles y violentas. Que los ciudadanos vivimos con miedo de salir y ser parte de las miles de desapariciones forzadas que a diario vemos en las noticias. Y que los escenarios que muestra la película más bien son escenografías muy poco creíbles de los entornos en donde se pretende contar la historia de un tema que nos trastoca profundamente: el crimen organizado.

Para este momento ya casi no agarraba de mis palomitas y más bien empezaba a emitir comentarios desaprobatorios en torno a que lo que estaba viendo. Pero hubo un momento decisivo en el que ya no pude soportar más. Fue en la escena en la que salen víctimas cantando y pidiendo ayuda para sus familiares, seguida de una escena que muestra rostros de personas desaparecidas frente a un fondo negro, mientras Emilia Pérez se redime de su pasado como sicario, para ahora construirle a las pobres víctimas un centro de ayuda, mientras les canta que ella será su salvadora.

Emilia Pérez
Emilia Pérez se redime de su pasado como sicario, para ahora construirle a las pobres víctimas un centro de ayuda, mientras les canta que ella será su salvadora.

Después de esta escena nos volteamos a ver mi compañero y yo en un gesto cómplice que revelaba que no era la única que se sentía incómoda. Nos paramos de nuestros asientos y salimos de la sala. 

Emilia Pérez no conecta con la realidad—ni siquiera con sus temas musicales y bailes que pretenden ser protestas— sobre las problemáticas que trae consigo el crimen organizado y el género, como en muchos casos lo logra la ficción en el arte para hacernos pensar a través de sus personajes o historias, sobre posibilidades que antes no habíamos visto sobre diversos temas. Sino que el proyecto de ficción del director de cine francés Jacques Audiard, muestra más bien una representación maniquea de la realidad a través de su personaje principal, y evidencia desde el primer momento una narrativa que ignora, banaliza, insensibiliza y minimiza la complejidad de una problemática que hasta el día de hoy ha dejado más de 100 mil personas desaparecidas en nuestro país. 

Que un creador crea que, desde su arrogancia y desconocimiento, puede engañar a su espectador a través de sus artificios, es un insulto para quienes vivimos en contextos de violencia. Además de que a través de un producto cultural como lo es Emilia Pérez, se perpetúan narrativas que son sumamente peligrosas para la realidad en la que vivimos, en donde las ultraderechas políticas se posicionan bajo discursos racistas, clasistas y de poder que disuelven las consecuencias que trae consigo el crimen organizado y el narcotráfico, como la migración.

Pienso que reconocer lo que nos hace sentir un producto cultural como lo es una película, una canción o un libro es fundamental para identificarnos dentro de nuestro propio pensamiento; que varias personas critiquen Emilia Pérez desde su propia experiencia a través de comentarios en redes sociales y expresen que se sintieron ofendidas, enojadas o estafadas, refleja más allá de las preferencias y gustos de cada espectador, parte del posicionamiento y pensamiento de una sociedad que reconoce cuando la propia ficción le engaña sobre su contexto. 

Refleja a una sociedad critica, que discierne entre lo que es aparente comedia, de lo que raya en la ofensa hacía su cultura, su identidad y su memoria colectiva.

Al final de día llegué a casa con un mal sabor de boca y con un bote de palomitas Takis Fuego casi lleno, pero con la alegría de saber que vivo en un país critico que no se calla cuando alguien le quiere mentir sobre su propia realidad.

Más del autor: Joan Didion, la escritora que fue descartada por la Universidad de Stanford

en_US