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Compra hostil, desinformación y asedio masivo sociodigital: estas son las tácticas que Elon Musk está empleando para apoderarse de la democracia en Estados Unidos y Europa. Por lo pronto, es previsible que buscará intervenir también en el resto de América y otros continentes. Y ha dejado bien claro que está empeñado en adquirir políticos y partidos para llevar a las extremas derechas al poder.
No a cualquier extrema derecha: a las que se sometan a su voluntad.
Los neonazis de Alternativa por Alemania y otros aspirantes a su apoyo financiero harán bien en mirar cómo les corta las barbas a sus vecinos y preguntarse si en verdad quieren poner la propia a remojar. Con base en amenazas públicas y directas, Musk puso en jaque a los republicanos para descarrilar las negociaciones sobre el presupuesto federal. Y en el Reino Unido, sobre la promesa de millonarias donaciones para el partido ultra Reform UK, le está exigiendo cambiar de líder.
Aunque ambos están hambrientos de atención, hay diferencias fundamentales:
El retorno de Donald Trump a la Casa Blanca es una tragedia para su país y para el mundo. Pero sus 78 años, su obesidad y el mandato constitucional le imponen un límite temporal a su influencia, su riqueza es de “apenas” 5 mil 500 millones de dólares y tiene por costumbre buscar que otros paguen por sus proyectos, no le gusta abrir la chequera.
Elon Musk tiene solo 53 años, una fortuna 77 veces mayor que la de Trump (425 mil millones de dólares), la red sociodigital X y la más que demostrada intención de invertir enormes sumas de su propio dinero para intoxicar los sistemas democráticos y apoderarse de ellos.
Comprando “América”
Elon Musk hizo una inversión en la campaña electoral de Trump sin paralelo en la historia del mundo: 277 millones de dólares, sus 210 millones de seguidores en X/Twitter y las oscuridades de su red sociodigital para amplificar los discursos favorables a su candidato.
Aunque no ha sido demostrado estadísticamente, es posible que Trump le deba su victoria a su aliado, que enfocó sus recursos en los siete swing-states o estados bisagra que definen la contienda: al menos en los tres del norte, que hubieran revertido el resultado si los hubiese ganado Kamala Harris, la ventaja de Trump fue tan pequeña que se puede argumentar que el factor Musk fue la clave: Wisconsin (0.9%), Michigan (1.4%) y Pensilvania (1.7%). En Georgia, fue de 2.2%.
De inmediato, él convirtió su aportación en influencia política directa e indirecta: consiguió que el presidente electo le inventara un juguete a su medida para intervenir en su administración (llamado caprichosamente Departamento de Eficiencia Gubernamental, o DOGE, en inglés, como su criptomoneda favorita); que le permitiera meter la mano en la política exterior, involucrándolo en tratos con líderes extranjeros; y lo más significativo: que en lugar de contenerlo o reprenderlo por lanzarse al asalto sobre un acuerdo ya cerrado sobre el presupuesto federal, necesario tanto para el presidente saliente como para el entrante, lo validara al tratar de salvar cara declarando que actuó con su aprobación.
Más impactante aún es que nadie le plantara cara cuando usó X para provocar el hostigamiento masivo contra los legisladores republicanos que se rehusaban a someterse a sus exigencias, y sobre todo, que los amenazara con provocar que pierdan sus puestos el próximo año, financiando a sus rivales en las elecciones primarias del partido.
¿Será que el trumpismo se volvió trumpomuskismo?
No muchos lo creen. Los demócratas se han solazado metiendo el dedo en el punto más vunerable de Trump -el ego- hablando de un “presidente Musk” y se cruzan apuestas sobre cuánto tardará el nuevo mandatario en limitar, encerrar o debilitar a su poderoso aliado, y si lo conseguirá (“Cuando Elon twitea algo y luego Trump tuitea algo, los republicanos no saben cuál de ellos es su papi”, se burló en un video la demócrata Alexandria Ocasio-Cortez).
Pero nadie imagina que Musk se va a quedar quieto. En los cálculos de los republicanos, para el presente y el futuro, su inevitable y riesgosa interacción con el muskismo ya ocupa un lugar central.
Para los demócratas, también.
A tomar Europa
Como tiene que serlo para el Hemisferio Occidental, al menos.
En el corazón de la Unión Europea, Musk entró directamente a intentar desbalancear el tablero del juego político, en vísperas de las elecciones de febrero, primero con un tweet en el que afirmó que “solo AfD (Alternativa por Alemania) puede salvar a Alemania”, y después con un artículo completo en su apoyo, que hizo publicar nada menos que en el diario Die Welt y su dominical Welt am Sonntag, propiedad del poderoso grupo mediático Axel Springer.
De paso, calificó al canciller Olaf Scholz de “tonto incompetente” (y lo etiquetó como “Olaf Schitz”, jugando con la palabra shit) y al presidente Frank-Walter Steinmeier de “tirano antidemocrático”.
Ese país es fundamental para la UE. Y si el deseo de Musk de impactar en la comunidad de 27 naciones no quedara claro, ya lo había hecho manifiesto cuando llamó “antidemocrático” a su órgano ejecutivo -la Comisión Europea- y abiertamente exigió reformar el balance de poder entre las instituciones del sistema político comunitario.
Del otro lado del Canal de la Mancha, ha estado igualmente activo: por un lado, exigiendo que el rey Carlos III disuelva el parlamento y convoque a elecciones, junto
con la renuncia del primer ministro laborista Keir Starmer, mezclándolo con un viejo caso que describe como “el peor crimen masivo en la historia de Gran Bretaña”. Es una mentira pero Musk he demostrado ampliamente su afición a las fake news, así como su odio contra los medios de prestigio: también está pidiendo que le quiten el presupuesto a la BBC.
Y hasta hace unos días, era simpatizante de Nigel Farage, fundador del partido ultranacionalista Reform UK, al grado de prometerle cien millones de dólares. Pero cuando Musk demandó la excarcelación de Tommy Robinson, un agitador extremista tan ponzoñoso que ni Farage pudo convalidar esa demanda, el dueño de X usó la red para descalificarlo y exigir que lo reemplacen.
Las alarmas están encendidas en Europa (que además enfrenta en diversos ámbitos la injerencia rusa en sus procesos electorales).
Tan cerca de Musk y de Estados Unidos
Al sur y al norte de Estados Unidos, todavía no se conocen intervenciones sistemáticas de Musk. Pero no esconde las ganas.
Lo más escandaloso fue, sin duda, cuando en julio de 2020, en referencia a Bolivia, proclamó que “Le vamos a dar golpes de Estado a quien queramos. ¡Asúmanlo!”
Y lo de mayores consecuencias, su intento de someter al Poder Judicial de Brasil para que sus empresas no pagaran impuestos, que fue enfrentado y detenido con éxito por el presidente Lula.
Además de que, molesto con comentarios del primer ministro canadiense Justin Trudeau desfavorables para Trump, lo llamó “insufrible”, anticipó que “no estará en el poder por mucho más tiempo”, y después elogió a Pierre Poilievre, un agitador populista que lidera el Partido Conservador de Canadá.
Pero a través del trumpismo, Musk está en contacto con las operaciones de la ultraderecha estadounidense y europea para impulsar a figuras y partidos políticos de esa línea en América Latina, particularmente a través de los encuentros CPAC (Conferencia de Acción Política Conservadora) y de la organización Atlas Network (en pública alianza con el multimillonario mexicano Ricardo Salinas Pliego, que está en problemas financieros pero posee las tres cadenas de Televisión Azteca y muchas filiales en otros países).
Trump, solo un preaviso
Por herencia o toma hostil -como las que le gustan-, el trumpismo es susceptible de tornarse muskismo. O más probablemente, de convertirse en una pieza más del muskismo global.
La vulnerabilidad que siente el mismísimo Trump ante su aliado se dejó ver, jocosamente, el 22 de diciembre, cuando, a pesar de que hablaba ante una audiencia de jóvenes ultraderechistas totalmente entregada a él, no fue capaz de argumentar su autoridad personal para descartar que Musk lo reemplace, sino que se cobijó en una situación accidental: “No, él no va a ser presidente, eso les puedo asegurar. Y estoy a salvo. ¿Saben por qué no puede serlo? Él no nació en este país” (sino en Sudáfrica).
En memes en redes sociales, replicaron la frase de Tywyn Lannister en la serie “Juego de Tronos”: “Cualquier hombre que tenga que decir ‘Yo soy el rey’ de ninguna forma es un verdadero rey”.
¿Querría Musk ser presidente? Solo él lo sabe pero lo dudo mucho. ¿Por qué aceptaría encerrarse en un trabajo tan demandante en tiempo y atención, de alcance que a él le parecerá limitado y expuesto a la rendición de cuentas, cuando puede imponer y manejar tras bambalinas no solo a futuros presidentes y legisladores de Estados Unidos, sino de varios países más, sin dejar de conquistar la industria automotriz, los cielos del planeta y el espacio exterior?
Musk es un monstruo del capitalismo que tarde o temprano iba a emerger, representando lo peor de este sistema en cuanto a explotación de las personas y el medio ambiente, arrogancia y ambición desmedidas. Súmese a esto un grado de locura. Y una fortuna nunca vista.
Y el muskismo nos tocó a nosotros: Trump solo fue el preaviso.
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