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sábado, julio 6, 2024
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Milei en busca de inteligencia, aunque sea artificial

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Muy probablemente costará años revertir la lesión total que el gobierno de Javier Milei produzca a la Argentina y su pueblo. En este cierre de mayo de 2024 ocurre una visita del mandatario sudamericano a uno de los lobbies tecnológicos más importantes del planeta: el Sillicon Valley de California, emparejada en la agenda oficial con un aterrizaje en El Salvador para participar en la toma de posesión de Nayib Bukele como presidente reelecto. 

Los panoramas más oscuros de las derechas latinoamericanas, por supuesto, se alían porque su agenda es la misma.

Fiel a su discurso de que el capitalismo libre es la panacea de la humanidad, Milei procura la imagen de que lo que propone para Argentina es innovación, desarrollo tecnológico, inventiva por compromiso con los semiconductores, inversión enriquecedora, cuando más bien está articulando el viejo entreguismo tradicional de Latinoamérica en favor de las potencias occidentales; obligando a la ciudadanía a reventar sus dólares —formas populares de blindaje ante la inestabilidad inflacionaria, ya permanente en el país desde hace años—; montando un circo mediático que, a través de la vicepresidenta Victoria Villarruel o el vocero presidencial Manuel Adorni, va ridiculizando las luchas de la izquierda, contemporáneas e históricas, y orillando a millones a sueldos de miseria, de hambre, que ya avanzaron su protesta articulada en la provincia de Misiones, en el noreste argentino, frontera con Paraguay.

Apenas este junio, el mandatario cumple medio año al frente de la Casa Rosada, un periodo brevísimo que, sin embargo, le ha dado oportunidad para agendarse vuelos a Israel, Estados Unidos o España, por no mencionar las crisis diplomáticas que su verbosidad apresurada le han ganado con México, Colombia o la propia Moncloa. 

El poeta chileno Armando Uribe, además de componer versos, fue un jurista y pensador de los marcos legales de su país, construidos como resultado de un proyecto de nación independiente del colonialismo europeo.

En consecuencia, también se forjó como crítico ante la evidencia de que la dictadura de Augusto Pinochet no sólo traicionó a Salvador Allende y al voto popular chileno, sino que se preocupó por desmantelar las leyes republicanas para fomentar un Estado sin Estado, una mera administración de pulsiones empresariales. 

Tal es el sueño de Milei: reiterar que en el sentido de lo público, lo social, lo beneficiario, descansan todas las desgracias de la Argentina. Y, más que como jefe de Estado, comportarse como un gestor de inversiones y de diálogos con las empresas que aspiran a lucrar incluso con el imaginario del planeta, a gestionar la emisión de los sueños. 

Milei no procura escuchas con la ciudadanía y encuentros con las necesidades de la calle, sino con los gestores del nuevo extractivismo, que hablan de economías verdes para ejercer el mismo saqueo del pasado, ahora quizás enfocado en el litio, que no en los combustibles fósiles —además, sólo parcialmente.

Así, al presidente sudamericano le interesa más la fotografía con Mark Zuckerberg o Elon Musk que el destino de los millones de argentinos desafiados por el gasto corriente, que ven cómo sus billetes valen prácticamente nada, o de los miles de ignorados que abarrotan los rincones anónimos de Buenos Aires para dormir nada más en la calle. 

El desafío central de los tiempos que corren en el más grande de los países hispanohablantes de Sudamérica, no obstante, radica en la desesperación de sus votantes. 

Si bien el análisis político lamenta que Milei no tenga la altura de un jefe de Estado, al argentino de la calle, del trabajo diario, del taxi, del pequeño negocio, del mesereo, de la venta informal de calcetines en la acera, lo tiene cansado el discurso de promesas formalistas de la política profesional. Lo tiene cansado la sensación de que el peronismo —la más visible oposición electoral a Milei— hable de paciencia, de espera, de prudencia, mientras sus protagonistas (Sergio Massa, Alberto Fernández) mal que bien no sufren el ahogo que sí angustia a los anónimos. Y el votante de Milei no quiere hacer filosofía política, sino ensayar un cambio urgente al estado de las cosas que permita algún desahogo a su ya prolongada agonía social. 

Eso lo aprovechó bien el mismo interés empresarial de siempre (escribo esto en una hoja de Google), que capitaliza un descontento legítimo con un tonto útil, un cirquero, un tuitero afín a los escándalos que avance los temblores del espectáculo distractor mientras Estados Unidos procura una base militar estratégica en la soberana Tierra del Fuego, por estacionarnos en lo peliagudo de algunas de las ocurrencias derramadas hasta hoy. Y en apenas seis meses, decía.

Y si bien hay firmes y nítidos sectores sociales, como los luchadores por la memoria, los estudiantes, los grupos indígenas de Mendoza, los docentes o los empleados de la policía de Misiones, que con diferente intensidad alzan la voz contra los que consideran vaivenes inaceptables en el ejecutivo argentino, lo cierto es que la desesperación económica de fondo es real y continua entre millones, y la esperanza de que, aunque sea ridículo, un volantazo al estilo político traiga algo de frescura a la vida cotidiana todavía parece lejos de desdibujarse en el sentimiento argentino. “La Argentina va a remontar”, confían.

Mientras llega la decepción que rechace con articulación política las altanerías del viajante jefe de Estado, el empresariado mundial seguirá avanzando su agenda de siempre en un país que es tan rico, pero tan rico, que lo saquean y lo saquean y lo saquean, y no se lo acaban. 

Cuando el circo termine su programa de esferas y vuvuzelas, revertir el daño será labor de años. Y las izquierdas habrán tenido que aprender la lección de escuchar las necesidades concretas de los ciudadanos, anteriores a la especulación bibliográfica.

Milei en busca de inteligencia

 

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Samuel Cortés
Samuel Cortés
Es un periodista mexicano, licenciado en letras por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Cofundador de la revista de divulgación cultural y reivindicación latinoamericana Altura desprendida, ha publicado en distintos medios nacionales e internacionales trabajos sobre política y arte. Escribió una autobiografía en clave de varia invención lúdica titulada Me acuerdo.
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