Por Eli Bartra, cortesía para Península 360 Press
Abril 2020. Me cuenta una amiga muy querida que vive en París una anécdota del día a día en plena pandemia. Sale al súper cerquita de su casa a comprar los víveres indispensables para la sobrevivencia, lo más rápido que puede, según ella. Resulta que no puede ir muy rápido. Se pone en la cola como por 40 ó 50 minutos en la calle ya que muy poca gente debe de estar adentro al mismo tiempo. Finalmente entra y se encuentra a las viejitas que se pasean por los pasillos con toda la calma del mundo y estudian cada repisa, cada producto, como si fuera el Museo del Louvre. Se regodean, disfrutan, frente a las latas de chícharos cual si fueran obras de arte. Mientras más tiempo puedan pasar ahí menos estarán en su encierro solitario en un pequeño, y tal vez oscuro, departamento parisino. ¡Deberían regular el tiempo de permanencia en la tienda, piensa mi amiga, quien ya llegó a la séptima década de edad, al igual que yo! Pero las viejitas son las otras.
La vida de las mujeres solas y viejas en medio de la contingencia por el covid-19 en Europa es triste. Como triste es toda la situación. Las que no se encuentran en asilos -donde la cosa ahí es quizá peor ya que se van muriendo como moscas- llevan una existencia difícil. Todo se complica, salir a comprar es un riesgo, no salir, también. La soledad y la escasa movilidad están pasando factura. Las mujeres viejas son absolutamente desechables en nuestras sociedades, solo sirven para ser abuelas, si bien les va.
Me encuentro en Barcelona donde decidí pasar mi sabático. Desde que empezó la pandemia en España, que llegó de sopetón, sin que se la esperara realmente a pesar de que estaba en China, y sin saber qué significaba -pues Italia y España fueron los primeros lugares en el viejo continente en donde cobró dimensiones espeluznantes muy rápidamente- desde que empezó, se vio que era una enfermedad que iba a mermar, en primerísimo lugar, a la población anciana.
Somos más longevas las mujeres que los hombres y, por lo tanto, hay más ancianas que ancianos; además, por el virus mueren más hombres o sea que la población femenina, en esta franja, está en menor riesgo en términos de género. ¿Adónde nos lleva esto? Pues a que se trata, sobre todo, de las ancianas.
Las decisiones pavorosas que debe tomar el personal de salud son una cuestión moral de primer orden. Se privilegia, si es necesario, salvar la vida de una persona de 30 frente a una de 89. En principio porque una tiene muchos más años enfrente para vivir que la otra. ¿En virtud de qué vale más una que otra, de la cantidad de años por vivir? ¿Es la edad lo único importante? Poco significado social tiene la experiencia de una y otra o el servicio a la humanidad que puedan prestar.
En Barcelona, el confinamiento puede ser muy pesado para las mujeres viejas que tienen que hacer la compra, porque, en general, ellas se encargan de estas tareas. Con frecuencia, algún miembro de la familia joven es quien realiza esa tarea. Se dice que las personas de más edad tendrán privilegios en términos de comprar alimentos, por ejemplo, por Internet. “Qué se queden en casa”. Palabras huecas, pues las personas mayores, justamente tenemos muchos más problemas para comprar por Internet. No nos manejamos como peces en el agua como la juventud lo hace. Y algunas son francamente cibernáufragas. Suerte las que tenemos ayuda de jóvenes, pero y quiénes no. ¿Cómo hacen la compra en red? Yo me la estoy viendo difícil para conseguir la comida semana a semana y representa una fuente de angustia adicional, por si se necesitara otra.
Hay que tener la esperanza de que no hay mal que dure cien años… con paciencia y… se saldrá de esta.
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Doctorado en Estudios Feministas, Maestría en Estudios de la Mujer y Área de investigación Mujer, identidad y poder del Departamento de Política y Cultura, UAM-X.