
Durante años, Elizabeth Pérez intentó mantenerse a flote en el implacable mercado de vivienda del condado de San Mateo. Nacida y criada en Redwood City, vio cómo la renta subía mucho más rápido que los ingresos que obtenía cuidando mascotas, hasta que incluso un estudio se volvió inalcanzable.
“De repente todo subió, de mil 400 a 2 mil dólares”, recordó. “No sabía a dónde ir ni por dónde empezar para volver a encarrilar mi vida”. Su camioneta terminó convirtiéndose en su hogar.
Pérez ingresó a un albergue temporal cuando supo que estaba embarazada. Ahí, una trabajadora social le habló de la posibilidad de un cuarto disponible en un antiguo hotel reconvertido en vivienda con apoyos en sitio. No esperaba demasiado, pero la ubicación, cerca del barrio donde creció, le ofrecía algo de familiaridad en un momento crítico.
Su solicitud fue aceptada. Hoy paga alrededor de un tercio de sus ingresos por un cuarto con una pequeña cocina que comparte con su hija pequeña en Casa Esperanza. Trabaja a unas cuadras, en una tienda de autopartes, y por primera vez en años ha podido ahorrar dinero.
Casa Esperanza es operada por la organización sin fines de lucro Episcopal Community Services, bajo contrato con el condado de San Mateo. Forma parte de una red creciente de desarrollos de vivienda permanente con servicios de apoyo, un modelo que combina rentas asequibles —generalmente no mayores al 30 por ciento del ingreso— con acompañamiento social para ayudar a las personas a mantener una vivienda estable.
“Este modelo les da a las personas los derechos que conlleva ser inquilinos y un lugar seguro para vivir”, explicó Serene Flores, administradora de la propiedad.
No es vivienda transitoria. Pueden quedarse el tiempo que necesiten, y si requieren apoyo, desde un gestor de casos hasta artículos básicos o alimentos, aquí los tienen. No hay vergüenza; es parte del apoyo”, destacó.
La necesidad es creciente. El conteo oficial de personas sin hogar realizado en 2024 identificó a 2 mil 130 personas en situación de calle en el condado, un aumento del 18 por ciento respecto a 2022, impulsado principalmente por el alza de las rentas y el aumento de personas viviendo en vehículos. Casi el 40 por ciento de la población sin techo vive en casas rodantes y cerca de un tercio en automóviles.
Para especialistas, la solución está clara: “La vivienda permanente con apoyos es la forma comprobada de acabar con la falta de vivienda”, señaló la doctora Margot Kushel, profesora de la Universidad de California en San Francisco. “La vivienda, con derechos y responsabilidades, brinda la estabilidad necesaria para que las personas puedan salir adelante”.
La compra de Casa Esperanza fue financiada en parte por el programa estatal Homekey, que apoya a ciudades y condados en la adquisición y reconversión de hoteles en vivienda permanente. Gracias a este programa, el condado también prepara la apertura de otro proyecto en South San Francisco, donde un antiguo hotel será transformado en 45 departamentos asequibles para personas mayores de 62 años.
Autoridades del condado señalan que el financiamiento de Casa Esperanza es relativamente estable, al estar respaldado por el impuesto local Measure K. Sin embargo, advierten que posibles recortes federales a programas de atención a personas sin hogar podrían dificultar la apertura de nuevos proyectos.
“Hemos demostrado que este modelo funciona”, afirmó Ray Hodges, director del Departamento de Vivienda del condado. “La gran incógnita es si el apoyo federal se mantendrá al ritmo necesario”.
En Casa Esperanza, los antiguos cuartos de hotel cuentan ahora con estufas pequeñas, refrigeradores y fregaderos. Las y los residentes tienen derechos plenos como inquilinos y pueden entrar y salir libremente. En la parte trasera, un área sombreada permite a las personas convivir con sus mascotas.

El edificio funciona como una pequeña comunidad. El personal está presente las 24 horas y, en la sala común, se organizan entregas de alimentos y se ofrecen apoyos para trámites, citas médicas o búsqueda de empleo.

Ahí vive también Alfonso Guzmán, de 65 años, quien pasó décadas pintando casas hasta que una caída de una escalera le destrozó la muñeca y cambió su vida. Sin poder trabajar ni pagar sus gastos, terminó viviendo en su camioneta. Actualmente, tras casi tres años en Casa Esperanza, sigue buscando empleo, agradecido de tener un lugar seguro donde dormir, cocinar y guardar sus pertenencias.

Cuando habla de lo que significa tener vivienda, su voz se quiebra: “Estoy muy agradecido”, dice. “Por tener esta oportunidad”.
En una tarde reciente, Elizabeth Pérez abrió la puerta de su cuarto en el segundo piso mientras su hija Makayla jugaba entre dibujos, muñecas y su gato blanco y negro. Sonrió al verla correr por la habitación.

“Ahora ya no me siento deprimida”, dijo. “Estar aquí me hace sentir que voy camino a algo mejor”.
You may be interested in: Condado de San Mateo elige a MidPen Housing para diseñar nuevas viviendas asequibles en San Carlos

