
Aunque los tiroteos masivos en Estados Unidos han disminuido a su nivel más bajo en casi dos décadas, el país continúa encabezando las cifras de muertes por armas de fuego entre las naciones industrializadas, una paradoja que, de acuerdo con especialistas, revela fallas estructurales profundas en la forma en que se aborda la violencia armada.
Durante un foro con expertos en salud mental, salud pública y educación, realizado por American Community Media (ACoM), los panelistas coincidieron en que el debate público se concentra de manera desproporcionada en los ataques masivos, mientras deja en segundo plano que la mayoría de las muertes por armas de fuego en Estados Unidos están vinculadas a suicidios, violencia interpersonal y homicidios cotidianos.
El psiquiatra Ragy Girgis, director del Centro de Prevención y Evaluación (COPE, por sus siglas en inglés) de la Universidad de Columbia, subrayó que existe una narrativa persistente —y equivocada— que vincula automáticamente la violencia extrema con enfermedades mentales.
Explicó que los trastornos mentales graves representan solo una fracción mínima de los actos violentos y advirtió que ese enfoque desvía la atención de los verdaderos factores de riesgo.
“Cuando culpamos a la salud mental de manera generalizada, no solo estigmatizamos a millones de personas, sino que dejamos intactos elementos clave como el acceso fácil a armas altamente letales y la ausencia de sistemas de detección e intervención temprana”, afirmó Girgis.
Añadió que la mayoría de las personas con diagnósticos psiquiátricos no son violentas y, de hecho, son más propensas a ser víctimas que perpetradoras.
Desde la perspectiva de la salud pública, el doctor Daniel Webster, profesor de la Universidad Johns Hopkins y uno de los principales investigadores en violencia armada en Estados Unidos, destacó que la evidencia acumulada durante décadas demuestra que las políticas sí importan.
En ese sentido, señaló que los estados con leyes más estrictas de control de armas registran menores tasas de homicidios y suicidios.
Webster explicó que herramientas como las órdenes de protección por riesgo extremo, los periodos de espera y los requisitos de licencias reducen de manera significativa el acceso a armas en momentos de crisis.
También resaltó experiencias locales en ciudades como Baltimore y Nueva York, donde programas de interrupción de la violencia, mediación comunitaria e inversión sostenida han logrado reducciones medibles en los niveles de homicidios.
“No existe una solución única”, afirmó Webster. “Pero cuando combinamos regulación basada en evidencia con intervenciones comunitarias y recursos sociales, los resultados son claros y sostenibles”.
El impacto de la violencia armada en el ámbito educativo fue abordado por Sarah Lerner, cofundadora de Teachers Unify to End Gun Violence, quien describió cómo el miedo se ha normalizado en las escuelas estadounidenses.
Relató que los simulacros de encierro, la vigilancia permanente y la posibilidad constante de un ataque han alterado profundamente la experiencia escolar de niños y adolescentes.
“Estamos pidiendo a estudiantes y docentes que aprendan y enseñen en un entorno de amenaza continua”, señaló Lerner. “La violencia armada no solo mata; también deja secuelas emocionales duraderas, afecta la concentración, el aprendizaje y la salud mental de comunidades enteras”.
Lerner subrayó que el costo de esta violencia se distribuye de forma desigual y golpea con mayor fuerza a escuelas públicas en comunidades de bajos ingresos, donde los recursos para apoyo psicológico suelen ser limitados.
¿Qué dice la evidencia científica?
Los planteamientos de los panelistas coinciden con estudios académicos recientes que desmontan la idea de que los asesinatos masivos estén directamente causados por trastornos mentales o por el uso de medicamentos psiquiátricos. Investigaciones sobre psicosis y violencia extrema, así como análisis sobre el uso de antidepresivos tipo SSRI, concluyen que no existe una relación causal directa entre tratamiento psiquiátrico y la comisión de asesinatos masivos.
La literatura científica identifica como factores mucho más relevantes el acceso a armas de alto poder, antecedentes de violencia, crisis personales no atendidas, aislamiento social y fallas en los sistemas de prevención. Los expertos advierten que insistir en una explicación simplista basada en salud mental no solo es inexacto, sino contraproducente, pues desalienta la búsqueda de ayuda y refuerza el estigma.
Al cierre del foro, los especialistas coincidieron en que la disminución reciente de tiroteos masivos no debe interpretarse como una solución definitiva. Por el contrario, señalaron que representa una ventana de oportunidad para impulsar políticas integrales que aborden la violencia armada como un problema prevenible de salud pública, antes de que una nueva tragedia vuelva a sacudir al país.
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