«La calle es de quien la camina»
‒Francesca Gargallo.
Una calurosa y seca tarde de marzo, la Ciudad de México se tiñó de violeta y verde. Miles y miles de mujeres jóvenes ‒y algunas no tanto‒ se hermanaron con las jacarandas en flor.
Con su indignación centenaria a cuestas inundaron las calles y gritaron «justicia». El Paseo de la Reforma se abarrotó de muro a muro, nunca antes se había visto tan lleno de mujeres.
Alrededor de cien mil personas fueron a marchar, a conmemorar el 8 de marzo de 2023, Día Internacional de la Mujer, en el que no se festeja, pues es la conmemoración de un hecho trágico. Sin embargo, las mujeres festivamente saltan, rememoran, vocean, cantan y bailan.
Se augura la caída del patriarcado frente a las luchas de las mujeres. Se exige la despenalización del aborto en todo el territorio nacional y que caigan, que caigan, los feminicidas. Se trata de un festejo, sí, por la vida, por la vida de las mujeres libre de violencia.
A medida que ha ido aumentando la violencia, crece también el enojo y la lucha feminista. «Ni una más, ni una asesinada más». Pero no para. La furia machista viola y mata sin tregua. Hemos tardado medio siglo en conseguir el auténtico relevo generacional multitudinario. Este era nuestro sueño en los años 70 del siglo pasado, pero el precio ha sido muy alto. El revanchismo frente al tsunami morado es feroz.
El gran sueño que seguimos teniendo, sin embargo, es el de Rosa Luxemburgo de hace más de un siglo: «Por un mundo donde seamos socialmente iguales, humanamente diferentes y totalmente libres».
Tras una luminosa y vibrante tarde, vino la abrupta oscuridad del zócalo capitalino: las autoridades nos apagaron las luces. Pero la lucha sigue y sigue.
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