Sabe a mi tierra Tastes like home 故乡的味道
Anna Lee Mraz Bartra. Península 360 Press
¿Alguna vez has estado lejos de casa por un buen tiempo? ¿Lejos de tu familia, de tu mamá? Y un día, la vuelves a ver. Te apresuras a abrazarla y cuando estás en ese encuentro apretujado aspiras el olor tan conocido y natural para ti. Es posible que te remonte inmediatamente a la infancia, a conectar con miles de recuerdos y sientes tu cuerpo generar una corriente eléctrica de emociones que lo recorre y sacude en el centro del mismo.
Hay sabores que, al pasar por la lengua, provocan una fiesta infantil en tus papilas gustativas con globos y serpentinas. No hay mejor escena de una película que interprete mejor lo que digo que el final de Ratatouille, cuando el crítico de comida Anton Ego prueba el platillo seleccionado y preparado por la ratita y Ego se queda perplejo.
Mi intención no es compararme con un crítico de arte como el que muestra la caricatura, pero me identifico con esa sensación cuando pruebo un Ratatouille fuera de casa que se parezca al que hace mi padre. Para algunos latinos esta sensación quizá venga con un buen plato de frijoles negros o ponche de frutas para navidad, tal vez unos tostones con arroz, o guisado de res. Pero para mi esos recuerdos no sólo incluyen los sabores que guardo desde México, sino los que aprendí de mi madre Catalana.
Me emociono al ver las cosas más ordinarias de la vida en Cataluña: la acera -o banqueta como le llamamos en México-, la ropa colgada en el balcón de los departamentos sobre un tendedero como el que me prestaba mi abuela para hacer castillos de sábanas en la sala de su casa.
La comida de Teleféric Barcelona – Palo Alto tuvo ese efecto sobre mi. Las croquetas son aún mejores que las que hace mi madre (perdón, mami). Crujientes por fuera, perfectamente doradas como debe de ser, pero tan ligeras por dentro. Son como nubecitas de jamón serrano.
El pulpo a las brasas sobre puré de papa con un toque diferente fue un nuevo sabor para mí, sorpresivo y delicioso, convergen de manera tan armoniosa que pareciera que charlan en el plato cuando lo sirven. El pulpo perfectamente cocido, ni duro, ni demasiado suave. Y la puntita del tentáculo crujiente cual botana de festejo.
Compartimos una paella negra entre todos -4 personas- y es una buena porción, aunque quizá sea mejor para tres personas dado que pedimos muchas más cosas además de ésta. La paella sabe a las buenas paellas de Barcelona, el arroz en su punto, buen sabor, pero por lo que realmente vale la pena es por los mariscos. El calamar se derrite en tu boca cual mantequilla y las vieiras están firmes, pero de buena consistencia.
Pedimos un Tartar de Salmón que viene bañado en una salsa peculiar que dice ser de aguacate y romero. Este último es difícil de ocultar, pero el aguacate casi podrían ahorrárselo porque el romero lo ofusca casi en su totalidad. Este Tartar viene acompañado de una tortilla hecha a mano de maíz muy distintiva.
Este platillo, aunque delicioso, me recordó mucho más a lo que he comido en Perú que en Cataluña. Los felicito por explorar nuevos horizontes culinarios y enriquecer la cultura -ya de por sí basta- de esta región.
Este restaurante es excelente y, por lo que dicen muchas críticas en Google, uno de los favoritos en Palo Alto. Comparé estas reseñas con las de los restaurantes en Barcelona y Sant Cugat. Sobresale que, al otro lado del Atlántico, estos restaurantes son muy caros para lo que ofrecen. Claro, la competencia para un buen sitio de tapas es mucho mayor. Pudiera ser también el chef y el control de calidad de sus platillos.
Si tuviera que criticar alguna cosa de Teleféric Barcelona – Palo Alto, serían sus patatas bravas, algo aguadas, sosas y sin chiste. Quizá se debe a que la salsa que presentan es demasiado dulce en lugar de algo picosa -hay una razón por la que se llaman “bravas”-, o quizás a que su Alioli es demasiado tenue para mi gusto, tanto que, está a punto de ser solamente una ordinaria mayonesa. Me temo que el chef, sin duda excelente a juzgar por los otros platos, se haya restringido y haya querido hacer sus patatas y alioli más digerible para el paladar “americano”. También me vi forzada a pedir una porción de alioli extra para la paella que tan solo viene con dos pellizcos de la misma sobre el arroz en la paellera.
Los churros, plato del que se jacta todo Catalán, dejan mucho que desear. Confieso que no soy la experta en churros pues no es algo que me guste particularmente en general. Por eso llevé conmigo a quien va por la vida en busca de los mejores churros y estos del Teleféric dejaron mucho que desear. Crujientes, sí. Pero demasiado apelmazados y duros. Me habría gustado encontrarme un churro tan bueno como sus croquetas, crujientes por fuera, sí, pero suaves por dentro. Algo decepcionante.
Pero, queridos lectores, este hecho relatado arriba no me decepcionó lo suficiente para no volver. Volveré, se los aseguro. Primero porque le pedí a la encargada de la tienda -sí, tienen una tiendita de productos Catalanes justo al lado- que me avisara en cuanto obtengan mató, un formidable queso ligero que sólo se encuentra en Cataluña, generalmente se acompaña con miel y así se crea el platillo emblemático “mel i mató”. Me quedo a la espera.
Volveré a esta tiendita también, porque es probable que esta navidad no pueda volver a casa y pasarla con mi mamá y mi papá. Y debo obtener un buen turrón Catalán para pasar el mal trago que nos deja la distancia familiar por el maldito coronavirus que acecha al mundo y espero que la única tienda Catalana que conozco en la zona por el momento, lo tenga.
Navidad es nuestra tradición favorita en casa. Es aquella en la que convergen todas nuestras culturas ancestrales y se fusionan armoniosamente. Hace ya más de una década, me encontraba lo más alejada que me he sentido de todo en toda la vida: Australia. Era año nuevo, me hacía falta la familia de forma dolorosa y entré en un bar con un amigo Colombiano solamente para explorar qué hacer esa noche de almas solitarias. En aquél diminuto bar de Sydney vendían Champaña y turrón. No me alcanzó para la Champaña, pero no resistí en pedir el pedacito de turrón. Comí lentamente cada bocado y, frente a mi amigo, contuve las lágrimas que se acumulaban ante el sabor a mi tierra, a mi hogar, tan lejos.
¿Lo mejor del Teleféric Barcelona? Te lleva a casa, o para quien no ha estado en Cataluña, es una excelente forma de viajar al otro lado del charco en tiempos de pandemia, o por lo menos darle buen gusto a tu paladar.
No se pierdan los ostiones con gazpacho. Una maravilla. Se esfuerzan por sorprender al cliente desde la presentación, rocas de colores de las que se desprende un humo misterioso. El sabor fresco de mar lo llevan extraordinariamente puesto como un buen vestido que baila frente a la brisa marina. El gazpacho resalta la jugosidad del ostión sin dominarlo. Aunque se encuentra encima de todo, lo último que descubres es el crujiente encuentro con el jamón, sutil pero cual punto final, se hace notar.
Para el final, lo mejor del postre. Esas torrijas de nata están para chuparse los dedos. Y, aunque los churros no fueron del todo impactantes, el chocolate que los acompaña si tiene un sabor particular a mi tierra, la de la Sardana y las barratinas. Sin ser demasiado dulce, es un líquido que quieres poner sobre todo. Eso hice tanto con el excelente helado de vainilla casero como con el ganache del mismo oro negro.
Teleféric – Barcelona, volveré a por más. Más ostiones, más torrijas y, por supuesto, en busca del mató y algún turrón que ruego por encontrar entre sus estanterías. Sobretodo volveré porque me lleva a los brazos de mi madre, que tan lejos se encuentra y tanto la echo de menos.