Decía René Poitevin Dardón en sus clases en la Escuela de Historia de la Universidad de San Carlos a fines de los años setenta, que en 1944 Guatemala llegó tarde a su cita con la democracia burguesa y cuando ésta apenas empezaba vino la intervención estadounidense en 1954 a cortar de tajo las aspiraciones del nacionalismo revolucionario.
La intervención reblanqueó a Guatemala y la regresó al feudalismo.
La paranoia anticomunista posterior acabó con las premisas básicas de la democracia burguesa y normalizó la praxis genocida que es clave para la modernización regresiva del Estado y la economía.
Guatemala retoma el camino de la democracia burguesa, diría Poitevin, con la toma de posesión de Bernardo Arévalo de León y Karin Herrera Aguilar, y en ello tuvo un papel decisivo la movilización de pueblos indígenas, jóvenes y ciudadanos de todos los estratos hartos del litigio malicioso de un puñado de rufianes que, con la complacencia del sector privado, controlan buena parte de las cortes y el poder legislativo.
El nuevo gobierno asume justo en el setenta aniversario de la “primavera democrática” lidereada por Juan José Arévalo y Jacobo Arbenz.
Por azares de la historia, es un hijo de Juan José el nuevo presidente, Bernardo, reconocido experto en asuntos de seguridad y ejército, y diplomático de carrera cuyo triunfo electoral despertó la esperanza de que la ética retorne a la política y al servicio público en Guatemala.
No funcionó el chanchullo electoral dirigido a allanarle el camino a la presidencia a la hija del general Ríos Montt, Zury Ríos Sosa, despojando de su derecho a participar al Movimiento para la Liberación de los Pueblos, y ahora asume el mando una organización de izquierda social demócrata que ni siquiera figuraba en las encuestas.
Más del autor: Bernardo Arévalo y Claudia Sheinbaum