Logró obtener de inversionistas 900 millones de dólares para echar a andar su proyecto y su empresa se valoró en 9 mil millones de dólares
Rober Diaz / Península 360 Press
SILICON VALLEY— Elizabeth Holmes es una mujer particular, se atrevió a estafar a los puntillosos inversionistas de Silicon Valley. Ella era una intensa seguidora de Steve Jobs, hasta se vestía como él usando cuellos de tortuga altos, ropa oscura y adoptó el trato que el otrora CEO de Apple tenía con sus empleados; incluso se dice que tenía la misma mirada que Steve usaba para convencer a sus interlocutores y cerrar tratos.
Holmes abandonó tempranamente la carrera de Ingeniera Química de Stanford para fundar su propia empresa —¿les suena familiar a alguna historia sobre éxito empresarial en Silicon Valley?—; también decía que había perdido a un tío por causa del cáncer y que había sido la falta de un diagnóstico temprano, el motivo de su muerte; con esta motivación fundó la empresa «Theranos», un juego de palabras entre terapia y diagnóstico. Se llevó a trabajar a un profesor de su universidad y lanza un producto que te permitía un diagnóstico medico con solo una gota de sangre.
Hasta ahí todo bien, sin embargo el producto que presentó y por lo que la comunidad científica sostiene, es imposible de hacer pues con esa sola gota de sangre también prometía que te podía hacer hasta cien exámenes en padecimientos distintos, desde una enfermedad básica como el colesterol alto hasta enfermedades tan complicadas como el cáncer. Los resultados podrían ser entregados en la farmacia de la esquina donde encontrarías una máquina llamada Edison que también fabricaría «Theranos» con la que obtendrías los resultados en tres horas.
Logró obtener de inversionistas 900 millones de dólares para echar a andar su proyecto y su empresa se valoró en 9 mil millones de dólares. Pasó de tener un solo empleado (el profesor que se fue con ella) a 500 empleados desarrollando Edison, la idea que aún no era una realidad y que le había servido para obtener el financiamiento.
En muy poco tiempo la prensa la empezó a comparar con Steve Jobs. La revista Forbes la declaró la mujer más rica de Estados Unidos. Pero «Theranos» en realidad no había producido aún nada. Ella al interior de la empresa era autoritaria y cuando alguno de los empleados ponía en tela de juicio sus mandatos, lo despedía y buscaba a alguien más que pudiera realizarlos.
Otro tema para analizarse era su voz, pues Elizabeth cuando hablaba en público fingía una voz más gutural que la que usaba comúnmente, ¿raro no? Pues, aunado al terrible carácter de Holmes y esencialmente a que le estaba pidiendo a su equipo algo prácticamente imposible, todo comenzó a venirse abajo.
Elizabeth demandó a un excompañero de la universidad por apropiarse de su trabajo. En los dimes y diretes legales fue llamado a declarar Ian Gibbons, el encargado de que Edison funcionara. Gibbons tenía dos opciones: aceptar que todo era un fraude o mentir y esperar a que todo cayera por su propio peso. No eligió ninguna de las anteriores y se suicidó. La esposa del investigador fue amenazada por Holmes y el asunto quedó ahí hasta que el reportero Jhon Carreyrou del Wall Street Journal, descubrió la farsa.
La investigación que publicó Carreyrou fue parte de un best seller llamado «Bad Blood. Secret and Lies in Silicon Valley Startup», donde se destapó la verdadera podredumbre, pues en la investigación se confirmaba que muchas personas habían usado Edison y que sus resultados provocaron —por ser espantosamente erróneos— secuelas perniciosas en los consumidores de ésta y que todos los resultados mostrados como avances de la investigación eran mentira.
Durante el juicio donde Elizabeth quedaría sin un peso y donde «Theratos» sería destruida, ella llegaba contenta y saludaba a todo el mundo como si nada hubiera pasado, asegurando que todos mentían.
Fue inhabilitada para poder crear o dirigir una empresa —cualquiera— por diez años. Por cierto, el tío del que hablamos en un principio y que ella aseguraba le había dado la inspiración para crear «Theratos», jamás existió.