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lunes, noviembre 18, 2024
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Así eran los días de muertos en el mundo náhuatl

La celebración de la muerte para los antiguos no solo era un onomástico para los caídos, sino una oportunidad para darles vida en la muerte a aquellos que habían dejado huella y admiración entre los vivos.

Rober Díaz. Península 360 Press.

El Día de Muertos es una tradición que ha mantenido su vigencia y que en la actualidad tiene a nivel mundial un nuevo auge. La visión de que los muertos siguen teniendo una influencia decisiva en el destino de los vivos y por ello es importante mostrarle nuestros respetos, es una tradición que variopintas culturas ancestrales practicaron. 

         Los nahuas seguían llamando a las personas que habían sido importantes para su comunidad y habían tenido una muerte decorosa como lo eran aquellas en las que la vejez los vencía o eran sacrificados en nombre de sus dioses. Había cuatro lugares a donde iban a parar los muertos: 

Mictlán o «lugar de los muertos». A este sitio se llegaba luego de pasar múltiples obstáculos: dos montañas que se cerraban al pasar el que sería difunto, mientras eran amenazados por una serpiente, un lugar resguardado por una lagartija llamada Xochitonal, luego de pasar también siete collados y siete páramos, hasta llegar a un lugar donde soplaban vientos con cuchillos de obsidiana. Debían pasar guiados por un perro que debía ser bermejo y eran dejados de frente el Chiconaumictlán, sitio donde finalmente fenecían los difuntos, ahí delante de Mictlantecuhlti le ofrecían papeles y ropajes, en «el sitio sin chimeneas», Atlecallocán, «el lugar de los descarnados», el Ximoayán

Tlalocán, «lugar del Tláloc». El equivalente al paraíso, No hay pena y todos comen mazorcas, calabazas, ají verde, tomates, siempre hay verduras y verano. Quienes llegan ahí fueron muertos por los rayos o ahogados, los leprosos, bubosos, sarnosos, gotosos e hidrópicos. Ahí iban a dar aquellos que eran arrancados por los dioses de los sufrimientos humanos. Ahí reina Tlalocatecutli, junto con sus sacerdotes los Tlaloques y la hermana mayor de éstos, la Diosa Chalchiuhtlicue, diosa del agua, aquella que tenía el poder sobre el mar y los ríos, aquella que tenía el poder de crear torbellinos y tempestades en el agua. Allí habita. Lado del Ahuizotl un ser del tamaño de un perro que sumergía y atacaba aquellos que tuvieran el infortunio de asomarse al agua cerca de su morada.

Tonatiuh ichán, «la casa del sol». Morada de Huitzilopochtli, a donde iban a parar los guerreros, aquellos que morían por la obsidiana y también aquellos que eran sacrificados. A este lugar iban a parar las mujeres que morían en el parto, consideradas guerreras vencidas, a las cuales se les atribuía que tras expirar se convertían en semidiosas, Cihuateteo. Quienes quedaban ahí vivían en un hermoso llano donde se convertían en aves, colibríes, pájaros sagrados amarillos con plumas negras que silbaban la tierra, viendo hacia las flores.   

Cincalco, «la casa del maíz». Regida por Huémac, el sitio donde van a morar los niños que mueren en su primera infancia y que eran enterrados cerca de los graneros, cuetzcomatl, para que éstos cedieran su energía vital al maíz.

En las exequias del rey Ahuitzotl quien murió tras disfrutar de un gran festín, una vez tendido las plañideras con sus lamentos se dedicaban a hacer alaridos y sollozos. Sobaban el cuerpo y lloraban frente a la concurrencia para elevar el sentido trágico de la perdida. Poco antes de amortajar el cuerpo se colocaría en su mortaja un mechón de cabello, el piochtli, cortado el día de su muerte junto con otro mechón cortado el día de su nacimiento y especialmente guardado para este día en la misma cajita labrada donde se pondrían sus cenizas. Torquemada aseguró que este ritual se hacía porque en la parte del mechón es donde se encontraba el alma, el cual debía reunirse con el cuerpo, el hueso, es decir, la ceniza. El piochitl para los indígenas náhuatl contenía el principio vital de todo individuo: su tonal.

            Después de ser pulcramente lavados y envueltos en mantas eran puestos sobre petates labrados, se le ponía al difunto una piedra de jade en la boca, Chalchíhuitl, y se le rendía un discurso. Posteriormente era llevado hasta su sepulcro donde era incinerado o enterrado según su condición social; al terminar las exequias era recogida la piedra jade que creían guardaba el Tonal que a partir de ese momento era llamada Quitonaltíay guardada como símbolo contrario a la ceniza, un signo de regeneración.

         Luego de la muerte del personaje se tenían que sacrificar a sus empleados domésticos para que estos ayudaran a su señor en los contratiempos que habría de pasar hacia el más allá. Con ellos, también se sacrificaba a su perro de pelo bermejo para que le ayudase a cruzar tanto aguas como barrancos que se encontrara a su en su camino.

         Una vez enterrados se celebraba durante cuatro años, cada año se celebraba una ceremonia donde los deudos llevaban, además del luto de no bañarse y mucho menos cambiarse, figurillas hechas con ocote y papel. 

         Las festividades que se celebrarían para cada persona correspondían, nuevamente, de acuerdo con la forma de su muerte. Mientras aquellos que les tocaba acceder al Mictlán se les elaboraba una figurilla hecha a base de ocote, aquellos que iban al Tlalocán, estaban íntimamente relacionados con los montes y los arroyos a donde se llevaban roscas de flores y zacate. 

         Para los guerreros, que iban a la casa del sol, Tonatiuh ichán, la celebración era mucho más provocativa y particular, pues se sabe que levantaban un palo muy alto donde permanecía una persona. Desde abajo con unas cuerdas otras personas intentaban tirar aquel que estaba en la punta del palo. Abajo se comía los tamales llamados, teoucalle, pan de Dios. Lo que seguía era una carnicería donde había hombres desollados y asados ritualmente.

         Finalmente, los niños que iban al cincalco, la casa del maíz, eran punzados como parte de la celebración de la fiesta venidera. Se les hacían pequeños pinchados con espinas en las orejas, lengua y labios con lo que se les preparaba para la fiesta que seguía, es decir la de los muertos mayores.

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