Todo es tan triste aquí. Ya no río, nunca. Siento que me asfixio y no creo que haya espacio ni para una risa chiquita. Todavía me duelen los golpes. Me duele el silencio. Me duele lo oscuro. También tengo hambre. No me acuerdo cuándo fue la última vez que comí. Todo es rojo aquí adentro. También hace calor.
Sí me acuerdo, en cambio, de Rudy. De su cabeza peludita, de su panza aguada porque me gustaba sacarle el relleno por la nariz, de sus ojos de botones negros, de su olor a trapo viejo. Si al menos Rudy estuviera conmigo no me sentiría tan sola.
Íbamos de paseo. No recuerdo casi nada pero lo sé porque todavía tengo la mochila colgada en la espalda. Quizá todavía esté ahí el jugo que me puso mamá. Tengo sed. Mi boca es un desierto.
Pero todo parece tan lejano. Es curioso: como si no fuera éste un encierro tan pequeño. Quiero alcanzar la mochila y no puedo. Mis brazos se quedaron mudos, como mi boca, como mis ojos.
Tengo miedo. Tampoco puedo llorar. Ya no tengo lágrimas.
¡Oh! ¡Todo se mueve! ¿Qué está pasando? ¿Quién habla tan fuerte? ¿Qué son esos sonidos chirriantes, distorsionados? ¿También son voces?
¡Y la luz otra vez! Aunque tengo los ojos cerrados siento cómo calienta mis párpados, mis mejillas, las manos con que abrazo mis rodillas. No me puedo mover. Todos hablan al mismo tiempo. ¿Dónde está mi mamá? ¿Quiénes son estas personas? ¿Por qué no entiendo nada?
Creo que me desmayé. Eso ha de haber sucedido. Ahora estoy acostada en un lugar muy frío. Sigo abrazada a mis rodillas, con la cabeza agachada. Quizás así me quedaré para siempre. Pero tengo mucho frío; me arrancaron la ropa. ¿Dónde está mi chamarra roja?, ¿y mis pantalones de mezclilla? ¿Dónde está el gorro que me tejió mamá? ¡Me va a dar más frío! ¿Por qué hacen esto? ¿Dónde está mi mochila? Ahora sí he perdido todas las esperanzas de encontrar mi jugo. Y esta sed que no se calma. Ojalá pudiera hacer pipí y tomármela. Por lo menos eso. Pero nada sale de mi cuerpo.
No sé cuánto tiempo ha pasado, pero hoy me voy de aquí. Lo sé porque me pusieron un vestido blanco. Me peinaron. Me metieron en una caja larga, como una cama, pero mucho más angosta. Apenas quepo porque doblaron mis brazos frente a mi pecho. (De algún modo lograron estirar mis rodillas). Me siento tiesa. Mi cabeza está descansando en una almohada blanca, brillante. Me pusieron una corona con flores blancas muy chiquitas en el pelo.
He llegado a mi nueva casa. Estoy en esta caja larga y alrededor hay mucha gente. Gente que no conozco. Alguien habla por un micrófono. Habla de una tal Ángela, pero yo no me llamo así. Quizá es el nombre que me pusieron porque nunca supieron quién soy. Ese hombre da un discurso del que no entiendo casi nada; sólo una cosa se me queda grabada: hoy me están sepultando, dice, porque es el Día Internacional contra el Maltrato Infantil, y nadie, en dos años desde que me encontraron en una maleta deportiva, reclamó mi cuerpo.
Quizá por fin pueda conocer el mar.
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