Gloria Sánchez Aguilar. Península 360 Press [P360P]
La forma de partir tiene mucho que ver con el dolor que genera la pérdida.
Una persona que enferma, que transita por la enfermedad con un procedimiento médico que pocos avances representa, que padece de dolencias, depresión, apatía y, en ocasiones, rebelión al tratamiento, despierta en sus cercanos un sentimiento de empatía, misericordia, dolor y sufrimiento que los lleva, incluso, a desear o pedir que no sigan sufriendo, que descansen; lo cual, significa preferir que su voluntad termine anticipadamente para que posibilitar el descanso de la persona.
La muerte del enfermo, en estos casos, es vista como un alivio, como un acto de justicia, de piedad de parte del creador –si es que tienen estas creencias–. De este modo, aunque duele la partida, hay un estado de conformidad. El duelo –como su nombre lo indica– será doloroso, pero tiene probabilidades de fluir sanamente hasta alcanzar su resolución.
En otro escenario, se encuentran las muertes repentinas, inesperadas que, por lo mismo, generan un impacto psíquico intenso y duradero, dolor emocional, resistencia a la aceptación, probables sentimientos de culpa infundados, procesos de duelos difíciles, muy dolorosos y extensos.
Las muertes por COVID-19 caben en esta categoría. Mueren personas que no tenían padecimiento alguno, antecedentes que pudieran suponer una afección próxima. Son muertes inesperadas y no hay preparación para ellas. El afectado, con frecuencia, muere solitario en el hospital. No hubo tiempo de hablar, de agradecer, de despedirse y esto produce mucho dolor. No fue posible realizar los ritos que se acostumbra a realizar al concluir una vida.
La situación se agrava si había algún roce con dicha persona, alguna dificultad, un disgusto, distanciamiento, un problema sin resolver… eso sí que complicará el proceso.
Hoy, ante lo que estamos pasando, cobra importancia la frase de «en vida, hermano, en vida», que nos refiere a la importancia de expresar el amor a nuestros seres queridos ahora, aquí. Suponer que no es necesario «porque ya lo saben» es un absurdo.
Hoy, tenemos más clara la fragilidad de la existencia, lo efímeros que podemos ser, la inutilidad de vivir haciendo planes y olvidar que el presente es lo único con que contamos.
Este día de muertos podríamos reflexionar sobre la posibilidad de nuestra muerte, de la de nuestros seres queridos y generar una vida más plena, más rica. Valorar lo que realmente es importante, la vida, la convivencia y el amor con los nuestros.