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sábado, septiembre 7, 2024
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En la Amazonía colombiana, un futuro provisorio se arraiga en medio de un pasado de conflicto

Peter Schurmann. Earth Innovation Institute.

Con el cuidado de una madre que atiende a su hijo, Felipe García coloca suavemente un tamarindo bebé en un pequeño puñado de tierra, en donde el retoño se nutrirá y echará raíces lentamente antes de ser devuelto al bosque. En el borde del Amazonas, este acto de vida se destaca en medio del telón de fondo de una nación devastada por décadas de guerra y violencia.

Si los ríos de Colombia son sus arterias, el bosque es su corazón palpitante, su destino entrelazado con el futuro de un país que lucha contra un pasado atormentado.

“Esta es una forma de resistencia”, dice García, de 30 años, acariciando suavemente el suelo mientras busca otro árbol joven, parte de un pequeño vivero pero en crecimiento destinado a ayudar a restaurar el bosque que lo rodea.

Felipe Garica, de 30 años, añade suavemente un retoño a un pequeño pero creciente vivero de árboles nativos del Amazonas en la Escuela Bosque de Caquetá, Colombia. (Foto del autor)

Los bosques de Colombia se encuentran entre los más biodiversos del mundo: albergan más especies de aves, anfibios y plantas que casi cualquier otro lugar del planeta. El Amazonas, que cubre gran parte de la región sur del país, juega un papel clave en la regulación de los patrones climáticos globales. Su supervivencia, incierta en medio de amenazas continuas causadas por la deforestación y el calentamiento global, es clave para evitar los peores resultados del cambio climático.

Las crecientes tasas de pobreza y desigualdad social que en abril desencadenaron protestas en todo el país, complican los esfuerzos para proteger estos recursos vitales. Pero aquí, bajo el dosel de la selva tropical más grande del mundo en donde las sombras del conflicto armado de medio siglo en Colombia continúan acechando, García es parte de un pequeño equipo que ayuda a sembrar las semillas de un futuro más próspero y equitativo.

Escuela Bosque o Escuela Forestal, es una modesta parcela de 40 hectáreas situada en las colinas sobre Florencia, la capital de Caquetá, una región principalmente agrícola ubicada en la unión de las enormes montañas de la Cordillera y la selva amazónica. Es el panorama que rodea al defensor de la conservación y nativo de Bogotá, Julio Andrés Rozo.

En 2019, Rozo, de 40 años, se embarcó en una caminata de 400 km a través de Caquetá, lo que le valió el apodo del “Gump del bosque del Amazonas”. El viaje fue una oportunidad para sumergirse en una región conocida por sus extensos ranchos ganaderos, columna vertebral de la economía local y factor clave para la pérdida de bosques. Pero también fue una especie de truco publicitario, un esfuerzo por llamar la atención sobre la difícil situación de la Amazonía colombiana, pero también la oportunidad que representa para el Caquetá y el país.

Julio Andrés Rozo fundó la Escuela Bosque tras una caminata de 400 km por el Caquetá, lo que le valió el apodo de «Forest Gump del Amazonas». (Foto: Manuel Ortiz)

“Los colombianos no hemos podido darnos cuenta del tesoro que tenemos en la Amazonía”, insiste Rozo. “No ha sido una prioridad para nosotros”.

La deforestación en Colombia aumentó drásticamente después de la firma del acuerdo de paz con las guerrillas izquierdistas de las FARC en 2016, debido a que áreas que alguna vez estuvieron cercadas por el conflicto armado se abrieron al desenfrenado acaparamiento de tierras. Caquetá y los departamentos vecinos han experimentado algunas de las tasas de deforestación más altas del país. Si bien parece estar surgiendo una tendencia para frenar este fenómeno, persisten desafíos importantes, incluida la minería ilegal, los narcóticos y una frontera agrícola en expansión.

Cambiar esta situación requiere educación, componente clave de la misión de la Escuela Bosque, dice Rozo, señalando varias estructuras que con el tiempo servirán como aulas, talleres y alojamiento. Rozo prevé proyectos similares en otras regiones de la Amazonía colombiana en donde tanto los visitantes como los agricultores locales pueden experimentar y aprender sobre el papel del bosque como fuente de vida y sustento.

García retira la tapa de una colmena, una de las cerca de una docena que sirven como herramientas educativas para los visitantes de la Escuela Bosque. (Foto: Manuel Ortiz)

“La educación ayuda a crear conciencia, pero lo que buscamos es la acción. Si quiero enseñar sostenibilidad, no puedo ser un maestro normal. Tengo que ser un emprendedor sostenible.”

Señalando una hilera de colmenas que bordean una ladera cercana, Rozo dice que la miel que producen es, como todos los aspectos de Escuela Bosque, una herramienta educativa que demuestra el papel vital que juegan las abejas en el ecosistema local y, sobre todo, su potencial para generar ingresos para las familias.

“Esa es la otra mitad de la batalla”, dice Rozo. Para llevar proyectos como Escuela Bosque, la sostenibilidad debe ser económicamente viable para las familias locales. “Mi mayor desafío no es tanto involucrarme con mis vecinos aquí, sino lograr que los consumidores de Bogotá y más allá reconozcan su papel en la preservación de estos bosques.”

María Adelaida Fernández es la Coordinadora en Colombia del Earth Innovation Institute, una organización sin fines de lucro, que trabaja con los gobiernos regionales para desarrollar estrategias de desarrollo de bajas emisiones contaminantes y amigables con los bosques en los trópicos.

“El desarrollo sostenible es un proceso largo. No sucede de la noche a la mañana, dice Fernández. Estamos construyendo una base, pero para fortalecerla necesitamos un mayor acceso a los mercados nacionales y globales”.

Grandes franjas de bosque talado forman parte del paisaje de Caquetá, donde la expansión de la frontera agrícola amenaza la salud a largo plazo de la Amazonia colombiana. (Foto: Manuel Ortiz)

Fernández y su equipo están involucrados en varios proyectos en Caquetá, todos diseñados para traer más recursos a la región y para darle valor a los bosques. Estos incluyen esfuerzos para mejorar el acceso al crédito para los ganaderos locales que están en transición hacia modelos comerciales más sostenibles, así como para obtener una certificación libre de deforestación para productores sostenibles de cacao. Así garantizaría el acceso a mercados clave que por ahora están limitados porque están vinculados a la pérdida de bosques.

Fernández también está coordinando un proyecto cuyo objetivo es ayudar al gobierno regional de Caquetá para que pueda vender créditos de carbono en el mercado mundial, en rápida expansión, lo que podría generar valiosos incentivos para mantener en pie los bosques.

“En este momento, el bosque no brinda oportunidades económicas. Esto es todo lo que la gente tiene para alimentar a sus familias”, dice Fernández señalando la aparentemente interminable extensión de pastos de ganado de Caquetá.”

La ganadería es la columna vertebral de la economía del Caquetá y uno de los principales motores de la pérdida de bosques. (Foto del autor).

Ascendiendo un largo tramo de escaleras, García desaparece en la pared de árboles que rodea la Escuela Bosque. Minutos más tarde, con el sudor cayendo de su frente, se encuentra agachado sobre un pequeño árbol joven, que retira con cuidado del suelo y lo coloca en un recipiente cercano para trasplantarlo al vivero de abajo.

En condiciones normales, los árboles jóvenes deben esperar a que caigan los más grandes, para que se cree un espacio en el dosel para que la luz solar que tanto necesitan llegue al suelo del bosque, antes de que puedan crecer. García está acelerando este proceso: nutre los árboles jóvenes antes de replantarlos en bosques previamente degradados o talados, trayendo vida en donde una vez prevaleció la muerte.

Para García, con el apoyo adecuado, este proceso de restauración forestal podría servir como un modelo alternativo al enfoque habitual del comercio de recursos naturales para obtener inyecciones rápidas de efectivo: una opción tentadora y peligrosa en momentos en que Colombia se enfrenta a una serie de desafíos sociales y económicos.

“Solía ​​haber una sola casa allí”, dice García señalando un pequeño grupo de casas al pie de la colina debajo de Escuela Bosque: “ahora hay diez.”

En Colombia y en gran parte de América Latina, la COVID-19 llevó a miles a huir de sus hogares en la ciudad para refugiarse en áreas rurales como Caquetá, en donde el peso de las restricciones pandémicas se redujo con un mayor acceso a alimentos frescos, espacios abiertos y aire limpio. Parches de bosque despejados rodean las casas recién construidas, mientras que a la distancia una estrecha columna de humo se eleva hacia el cielo mientras los árboles talados se queman para crear nuevos pastos.

De pie junto al vivero, García tiene fe en que el tiempo repondrá lo perdido. “Siento tranquilidad aquí, y para mí la tranquilidad es felicidad”.

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