En fechas recientes he leído tres novelas —dos de ellas son obras de autoficción— cuyo tema central es el abuso sexual a menores. En las tres, el abusador era un varón adulto y la abusada era una niña o adolescente.
Antes de seguir adelante, advierto que no estaba buscando libros que trataran este tema, sino que llegaron a mí por casualidad; de hecho, si sólo se leen sus títulos es muy difícil saber de qué se tratan. Esto me lleva a pensar que, desafortunadamente, el abuso sexual contra menores es un delito que se presenta, casi siempre con total impunidad, en todo el mundo, pero que más mujeres, a veces hasta que alcanzan la edad adulta y comprenden a cabalidad qué fue lo que les sucedió, están denunciando. Y eso, siempre, es algo bueno, porque la búsqueda de justicia es el primer paso hacia la sanación.
Escribiré sobre cada una de ellas conforme me fueron llegando: la primera se llama Por qué volvías cada verano (2018, Lumen; 2022, Palíndroma), y en ella su autora, la argentina Belén López Peiró (Buenos Aires, 1992) hace el recuento de esas terribles vacaciones de verano en que, desde los 13 hasta los 17 años de edad, su tío político abusó de ella cuando iba de visita, así como la lucha legal que tuvo que emprender para demostrar que, aunque sólo la penetró con los dedos, lo que su tío —que por cierto era policía— le hacía era violarla. Es un texto en el que la autora cambia de voz narrativa (a veces en primera persona, otras utilizando distintos narradores que cuentan su propia versión de los hechos) y utiliza también transcripciones de los testimonios de los testigos en el expediente judicial para ir tejiendo la trama del crimen que marcó su adolescencia y sus relaciones con los hombres durante algún tiempo.
En la segunda novela, La niña de la banquisa (Anagrama, 2021), la actriz y escritora francesa Adélaïde Bon (París, 1981) cuenta cómo durante años maltrató su cuerpo con golpes, masturbaciones dolorosas, consumo de alcohol y drogas hasta que pudo desbloquear de su inconsciente el abuso sexual que sufrió siendo una niña de siete años por parte de un adulto desconocido. Las escaleras del edificio en un barrio de clase alta en París donde vivía con su familia fueron el escenario del abuso en el que, un emigrante italiano de mediana edad que se hizo pasar por quien iba a arreglar la bicicleta de su vecina, la obligó a practicarle sexo oral y le introdujo los dedos a la vagina. Bon narra cómo el juicio contra este hombre, siendo ya mujeres adultas las niñas que, cómo ella, fueron sus víctimas, la ayudó a sanar y dejar de castigar a su cuerpo.
Finalmente, llegó a mis manos El verano de la serpiente (Alfaguara, 2022), la única de las tres novelas que comentaré en este espacio que no es autoficción, sino pura y llana ficción literaria, incluso con algo de fantasía, pero que no por ello es menos impactante ni trata el asunto del abuso sexual con menor seriedad. La autora, la narradora, ensayista, poeta y académica Cecilia Eudave (Guadalajara, 1953), utiliza tanto las imágenes de la serpiente como de la una fantasma femenina para contar la historia de un verano en 1977, cuando una niña pequeña, Ana, fue víctima de abuso por parte de un vecino, quien le pedía que le acariciara el pene mientras le hacía creer que se trataba de una boa que se “levantaba” porque se ponía contenta con sus caricias, y que el “veneno blanco” que soltaba no le haría daño.
Cuando un(a) menor de edad sufre un abuso sexual necesita de mucha terapia, cuidado y atención para tratar de curar, en lo posible, la herida que un hecho de esta naturaleza deja en el cuerpo, en la autoestima, en la psique y por lo tanto en la manera de relacionarse con los demás. Como escribí al principio de este texto, me alegra que cada vez más mujeres estén denunciando. Y que la literatura, como un oportuno reflejo de lo que sucede en cada época con la humanidad, esté dejando constancia de ello.
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