En un momento en que Estados Unidos se encuentra sumido en un nuevo episodio de división, miedo e injusticia, ha surgido una figura que no solo enfrenta la tormenta, sino que ofrece un norte claro: Gavin Newsom, el gobernador de California, ha respondido con firmeza, humanidad y sentido de Estado a las recientes redadas migratorias y la militarización sin precedentes de las calles de Los Ángeles ordenada por el presidente Donald Trump. Y con ello, ha marcado su perfil como potencial líder nacional.
Los días recientes han sido un parteaguas. Según relató Newsom en su discurso de este martes, las redadas ejecutadas por agentes federales no fueron operativos dirigidos a criminales peligrosos con órdenes de deportación, sino ataques indiscriminados “contra familias inmigrantes trabajadoras”, que incluyeron la detención de una ciudadana estadounidense embarazada de nueve meses y la separación de niños de sus padres. “Esto es diferente a todo lo que hemos visto antes”, afirmó con contundencia.
Mientras Trump desplegaba fuerzas federales —más de 2 mil miembros de la Guardia Nacional y 700 infantes de marina— sin autorización estatal, Newsom respondía con acción legal y un discurso de firme defensa de los derechos civiles.
“Hemos presentado una impugnación legal contra el imprudente despliegue de tropas estadounidenses en una ciudad principal estadounidense”, anunció, señalando que este tipo de medidas “traumatizan” a la comunidad y sientan peligrosos precedentes autoritarios.
Pero Newsom no solo ha denunciado los excesos de poder. También ha trazado una línea clara sobre los límites de la protesta legítima. Condenó las acciones de los agitadores violentos que vandalizaron propiedades y encendieron vehículos. “Ese comportamiento criminal no será tolerado. Punto final.” Con esa frase, dejó en claro que su liderazgo no se presta a ambigüedades ni a la permisividad.
Lo notable en todo este episodio no es solo la capacidad del gobernador para reaccionar ante una crisis múltiple —migratoria, social, constitucional— sino su claridad moral.
“Trump no se opone a la anarquía ni a la violencia, siempre y cuando le sirvan a él mismo”, advirtió Newsom. Y fue más allá: identificó la amenaza no solo en las calles de Los Ángeles, sino en la demolición progresiva del equilibrio de poderes que sustenta la democracia estadounidense. “La democracia está bajo ataque ante nuestros ojos; el momento que temíamos ha llegado.”
En un país donde el miedo ha sido instrumentalizado como estrategia política, Newsom propone una respuesta distinta: la movilización ciudadana, pacífica pero decidida. “El cargo más importante en una democracia no es el de presidente, ni mucho menos el de Gobernador. El cargo más importante es el de ciudadano”, recordó, citando al juez Louis Brandeis.
Estas palabras no solo resuenan en California. Tienen eco en cada rincón de un país que busca recuperar la decencia, la legalidad y el liderazgo con principios. Newsom se ha proyectado como un dirigente con la capacidad de unir y de actuar con inteligencia frente al caos. Si su visión y liderazgo continúan evolucionando como hasta ahora, será difícil no verlo o, al menos considerarlo seriamente, como una de las figuras presidenciables más fuertes para 2028… o incluso antes.
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