jueves, diciembre 26, 2024

Juan Soldado, el Santo de los Migrantes

Juan Soldado suena junto a la Santa Muerte o a Malverde como un «santo» a los que los menesterosos ruegan. Es el patrono de los desesperados que quieren y no pueden cruzar para el otro lado: el Santo de los Migrantes.

Juan Soldado
Rober Díaz (@betistofeles). Península 360 Press [P360P].

Miles de hombres y mujeres han muerto de las maneras más extrañas por negarse a renegar de su fe –cualesquiera sea el culto que profesen– y la forma de su muerte ha determinado su posterior adoración o maledicencia. 

San Ignacio de Antioquia, quien llegó a ser obispo y ocupó la curia por 40 años, fue echado a los leones quienes lo devoraron vivo. A San Blas lo desollaron con un peine de hierro y, posteriormente, fue decapitado. Santa Dorotea, camino al cadalso, les dijo a quienes asistían a su ejecución que, al lugar a donde iba, no había frío ni invierno. Un joven burlón le dijo que, entonces, después de muerta y como prueba, le enviara un cesto con flores para comprobar así la eterna primavera en la que viviría. Al año siguiente, recibió la cesta y aquel joven impresionado también se convirtió al cristianismo y murió como mártir, su nombre fue San Teófilo. 

Juan Castillo Morales comparte esta forma injusta de morir –o al menos eso se ha dicho– para salvar su nombre del olvido en el que sus detractores han querido ponerlo. Suena, junto a la Santa Muerte o a Malverde, como un santo a los que los menesterosos ruegan. Juan Soldado es el patrono de los desesperados que quieren y no pueden cruzar para el otro lado. Es el Santo de los Migrantes.

En la voz del cronista Juan Garibay, Juan Castillo Morales era un soldado venido de Oaxaca que el 13 de febrero de 1938 se encontraba en la jefatura del cuartel en el callejón Z entre la segunda y tercera, casi esquina con la F en Tijuana, Baja California. 

Había una muchachita que vivía por la Calle Segunda, Olga Camacho Martínez, que solía pasar por ahí camino a la tienda y llegaba a la comandancia a hacer mandados por lo que los soldados le pagaban su «piloncito». Un día, en el que Juan había peleado con su esposa, la niña pasó por el lugar estando Juan borracho y presumiblemente mariguano, quiso tomar por la fuerza a la niña y la mató. 

Luego de consumar el asesinato, sacó el cuerpo por la ventana y la llevó hasta un local frente a la guarnición donde la descuartizó y la metió en una caja de herramientas. Su uniforme quedó lleno de sangre. Se fue a su casa y le dijo a su mujer –cuando ésta lo vio llegar lleno de sangre–: «por tu culpa, mira lo que hice», por el efecto de la borrachera que llevaba, se quedó dormido. 

Fue en ese momento que la esposa se llevó la ropa manchada de sangre a la comandancia. Los policías fueron por el soldado aún sin que se hubiera reportado la desaparición de la niña. Un grupo de vecinos inició la búsqueda hasta dar, por las marcas de sangre en las paredes, con la casa del soldado donde encontraron la caja de herramientas con los restos de la niña. La madre perdió la cordura. El asesino aceptó su culpa y lamentó su crimen, pues él también quería a la niña. Los moradores del pueblo querían al soldado para ejecutarlo y aunque el ejército, en ese momento, lo defendió de ser linchado, el caso llegó hasta el presidente quien pidió al gobierno de los Estados Unidos intervenir y que investigara el caso. 

Fue comisionado un agente del FBI, Ed Dieckmann, jefe de dactilografía del condado de San Diego, quien aseguraría, luego de realizar una sucinta investigación, que aquel había sido uno de los casos más fáciles que le habían tocado resolver porque tenía un asesino confeso, muestras de piel del soldado en las uñas de la niña asesinada y también semen del violador en el vientre de la pequeña. 

El ejército lo sentenció a la ley fuga. Llevaron al soldado al panteón de la ciudad de Tijuana y ahí le dispararon. Posteriormente, el lugar donde cayó el soldado fue identificado con una piedra por alguno de los asistentes al fusilamiento. Con el tiempo, en el lugar se pusieron más piedras y, cuando vieron que había un túmulo considerable, a alguien se le ocurrió agarrar una tumba abandonada a lado de la entrada del panteón, se dijo que ahí había caído el soldado y se convirtió en un sitio de culto al que los feligreses iban y pedían milagros relacionados con poder pasar hacia el otro lado. 

Si esa fuera la única versión de la leyenda sobre Juan Soldado, es muy probable que hubiera pasado a la historia como un vil asesino; sin embargo, a la par de los hechos ya narrados, debemos tener en cuenta que, en ese momento, Lázaro Cárdenas fungía como presidente de México, quien inició una cruzada en contra de los casinos que, por lo menos en Tijuana, tuvo más implicaciones que en otras partes; un negocio que representaba uno de los principales destinos de turistas y de visitantes extranjeros. La niña asesinada era hija de uno de los líderes sindicales que tenían metidas las manos en el negocio de los casinos.

También hubo gente que aseguró que el móvil político del asesinato habría sido intimidar a estos líderes inescrupulosos y cuya consigna se llevó hasta sus últimas consecuencias por medio del capitán en turno en la guarnición militar quien habría forzado al soldado raso a echarse la culpa. La mujer que, dijeron, era esposa de Juan Soldado, en realidad, sólo apareció en aquella ocasión aportando la ropa del militar y, posteriormente, desapareció sin dejar rastro. 

Fue también extraño que la ejecución programada fuera pública, pues estos actos eran considerados por las autoridades mexicanas como actos barbáricos y sin sustento legal. Por otro lado, la ejecución se pactó a primera hora de la mañana del 17 de febrero de 1938 para que las fotos de los periodistas pudieran satisfacer el hambre de sangre y venganza que caía sobre el soldado que apenas cumplía 24 años.  

Juan Soldado fue ejecutado frente a más de mil personas.

Su tumba es la atracción principal del panteón municipal número uno de Tijuana. Con el tiempo, su tumba se ha llenado de ofrendas variopintas: exvotos, lápidas, veladoras, fotografías de personas que quieren pasar a Estados Unidos y no pueden, y de personas dedicadas al tráfico de personas. La tumba de la pequeña Olga que, pasada a otro panteón –al número dos de Tijuana– fue quedando en el olvido y actualmente se le conoce como la tumba de la niña olvidada. 

Oración a Juan Soldado

Juan Soldado

Alabado sea el Santísimo nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo; tres divinas personas y un solo Dios verdadero. Quienes, con Su infinito y misericordioso poder, han colmado de gracia y milagrosas indulgencias a mi querido hermano y protector Juan Castillo Morales, en el nombre de Dios Todopoderoso, Espíritu y ánima de Juan Soldado por motivos muy ciertos, y con mi corazón rebosante de fe en tu inmediata ayuda, vengo a confiarte todas las penas que me atormentan moral y materialmente. No dudando ni un instante que, por medio de tu infalible intercesión ante el Todopoderoso, vea colmados mis buenos deseos si estos convienen a mayor Gloria de Dios Nuestro Señor y tuya en particular.

Como bien te darás cuenta, Juanito, mis anhelos están desprovistos de capciosas maldades y todo lo que deseo es encontrar un apoyo eficaz de tu parte para acallar la indigencia moral y material en que me encuentro sumido.

Hermano Juan Soldado, yo te suplico encarecidamente que no me abandones con tu protección en esta difícil prueba.

Confío en tu omnipotencia misericordiosa de Dios y en tu infalible ayuda prometiéndote, desde este momento, ser uno más de tus innumerables devotos. Amén.

Península 360 Press
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