Anna Lee Mraz Bartra. Península 360 Press [P360P]
Cuando de niña preguntaba porqué se le llamaba “Día del Niño” al festejo a la infancia del 30 de abril, me confundía. Cuando era la niña del salón que quería jugar fútbol, aunque implicara ser la única, me llamaron rara. Cuando salía a la calle a jugar con mis vecinos y hablaban de “las viejas”, me molestaba. Me miraban como bicho raro, a veces se alejaban. Cuando mi madre me explicó que el feminismo era la lucha por la equidad entre hombres y mujeres, respondí que entonces todas las mujeres debían de ser feministas, era lo lógico. Y así, me cansé de sentirme sola y, por muchos años abandoné la lucha.
Algo me carcomía por dentro en el paso por la adolescencia, el fuego aún sosegado. Pero, cuando los hombres nos miraban lujuriosamente por caminar con mis amigas del coche al antro, prendió una chispa; cuando un señor metió la mano a la blusa de mi amiga que caminaba por la calle, prendió una chispa; cuando un colega escuchó una idea mía en una reunión y la repitió más fuerte para hacerla suya, prendió una chispa; cuando escuché las historias de mujeres en albergues que huían de maridos golpeadores y borrachos, prendió una chispa. Cuando mis alumnas lloraron conmigo por aquél que les hizo daño, prendieron chispas.
Y cuando me di cuenta de que todas las mujeres que conozco han sufrido algún tipo de violencia sexual se encendió la hoguera.
Ese fuego en mi interior, adormecido a fuerza por tantos años, me alumbró el camino para conectar con otros fuegos.
Así se siente el feminismo, un calor que te recorre el cuerpo y te quita el frío que dejó el abuso o la burla. Es la luz que brilla desde el pecho, te acoge de las sombras y del rechazo. Es la vibración que sacude malos tratos, palabras hirientes y despeja el cielo para permitirte volar.
Es lo individual y la colectiva, porque tu fuego no quema solo. Absorbe la energía de las otras, en un dar y recibir de fortaleza. Cuando nos dimos cuenta, eramos miles. Y se encendió América Latina. Se encendió de rabia, de indignación y de coraje.
No viene de la nada este fuego que ahora amenaza con incendiar las puertas de todos los palacios y techos de cristal; pues mujeres sabias, antiguas brujas y dinosaurias poderosas ya habían cargado con piedras, troncos y ocote. Ya habían creado sus propios fuegos que tiraron más de un monumento.
Nos pasan la batuta, una batuta pesada y ponzoñosa que lleva un letrero gigante de advertencia: “No será fácil”. Y no lo es.
La lucha es imperfecta, cometemos errores. Nos escuchamos, pero a veces no. No siempre estamos de acuerdo y lo lanzamos a debate. Queremos correr antes de caminar y tropezamos. Algunas queremos cambiarlo todo, conscientes de que también nos cambiará por dentro.
Lo llaman radical, liberal, filosófico, de la igualdad, de la diferencia, abolicionista, marxista, blanco, colonial, decolonial, poscolonial, anarco, institucional, lésbico, negro, cultural, separatista, ciber, eco, disidente, queer… Viene en todas formas, fondos, tonos, tamaños, colores y olores.
E incomoda, es amargo hurgar en la codificación de una misma. Por eso, nos abrazamos y cantamos al unísono, como quien le pone azúcar a la medicina. Lloramos y reímos tomadas de la mano, compartimos lo difícil. E irritamos, porque vamos cambiando las cosas, pero falta trecho.
Y seguirá haciendo falta mientras nos sigan matando y desapareciendo hermanas, sobra decir la repulsión que me provoca que esto ocurra cada dos horas en América Latina. Estados Unidos no se queda atrás, pues en 2018 cerca de dos mil mujeres fueron asesinadas, en su mayoría a manos de su pareja sentimental. No logro entender por qué no encuentro datos más recientes, pero me queda claro que el asesinato de Vanessa Guillén no es el único de su tipo en este país y toca fibras sensibles en todos los aspectos.
Hará falta trecho mientras sigamos ganando menos que nuestras contrapartes masculinas en el mercado laboral. Hará falta mientras la niña a la que le enseño baile los sábados por la mañana no llore porque a su hermano mayor sí le permiten jugar videojuegos porque eso “es de hombres”. Hará falta mientras nos miren con lujuria por la calle, mientras nos toquen y, seguirá haciendo falta, mientras sigan haciendo leyes sobre el que hacer de nuestros cuerpos, sin nuestra autorización.
Tiene 3 siglos de recorrido este movimiento, no importa cómo lo llames, el fin es común. Y seguiremos quemando hasta romperlo todo.