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Tras la caída del muro de Berlín en 1989 se nos quiso convencer de que de allí en adelante todo sería prosperidad y democracia. Sin embargo, esas promesas se borraron y vivimos en un mundo agobiado por el militarismo y la normalización de la crueldad y la violencia.
Los grandes medios de prensa de las potencias imperiales continúan alentando a los jóvenes a morir en nombre del derecho a intervenir en asuntos de otros países.
La guerra en Ucrania debió bastar para que se retornara el camino de la diplomacia en la solución de las diferencias. En su lugar, estamos frente a un nuevo ciclo de exterminio en Palestina, con miles de mujeres, niños, adolescentes y jóvenes masacrados y despojados de su derecho a un Estado, un territorio y las condiciones que requiere la reproducción de una sociedad y un pueblo.
En la cúpula del poder planetario prevalecen los intereses de quienes lucran con la normalización de la violencia, y se han acallado las voces que critican el abominable hecho de que jóvenes maten a otros jóvenes, al tiempo que la ley de las pistolas atropella el respeto a las soberanías y a la dignidad humana.
Al bombardeo al consulado iraní en Damasco y el asalto a la embajada de México en Ecuador, se agrega la militarización del cono sur argentino gracias al servilismo de un presidente sociópata que quiere meter a su país a la OTAN y con ello reventar la integración latinoamericana.
Mediante la fuerza y el uso mañoso de la ley, el conservadurismo neofascista persiste en usar la fuerza para frenar el descontento ante tantas atrocidades; pese a ello, la voz de la juventud universitaria se alza en muchas partes rechazando el belicismo y por un mundo respetuoso de la vida en el planeta.
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