Pamela Cruz. Península 360 Press [P360P].
«Dios siempre perdona; el hombre, algunas veces; la naturaleza, nunca».
California apenas ha visto un atisbo de lo que el cambio climático provocará en un futuro, y enfrenta un desafío doble en la materia: encontrar formas rentables de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero –GEI– y prepararse para los cambios que se esperan incluso si las emisiones globales bajan.
Y es que, las emisiones de gases de efecto invernadero representan una seria amenaza. El estado experimentó 7 de sus 10 años más cálidos registrados entre 2012 y 2018, y se espera que el calentamiento continúe.
Diversos estudios predicen que el nivel del mar aumentará de 2 a 7 pies en la costa de California para el 2100, y se espera que cada año aumente la frecuencia de eventos extremos como sequías, olas de calor, incendios forestales e inundaciones.
Cabe señalar que las temperaturas más altas dan como resultado más precipitaciones que caen como lluvia –y menos como nieve–, lo que aumentará tanto la frecuencia como la magnitud de las inundaciones y disminuirá las reservas de agua en la capa de nieve de la Sierra, señaló el Instituto de Políticas Públicas de California –PPIC, por sus siglas en inglés– en un informe.
El estado se ha tomado muy en serio el cambio climático y ha establecido metas de reducción de emisiones cada vez más ambiciosas.
En 2018, el entonces gobernador Jerry Brown emitió una orden ejecutiva en la que pedía que California se convirtiera en carbono neutral para 2045, mientras que el gobernador Gavin Newsom firmó una orden ejecutiva en 2019 para aprovechar 700 mil millones de dólares en inversiones para aumentar la resiliencia climática, y en septiembre de 2020 firmó una orden ejecutiva para que todos los autos nuevos vendidos en California sean cero emisiones en 2035.
La esperanza del estado de lograr revertir el proceso que parece no tener freno se ha incrementado luego de que con la llegada de Joseph Biden a la Casa Blanca, EE. UU. regresa al Acuerdo de París y se compromete a reducir significativamente sus emisiones, volteando hacia un futuro más verde.
Una encuesta de PPIC revela que aproximadamente dos de cada tres californianos están a favor de los objetivos de reducción de emisiones del estado, y la mayoría ve el liderazgo global de California en el cambio climático.
Los efectos del cambio climático ya son evidentes y se agravarán con el tiempo
El aumento del nivel del mar amenaza la infraestructura costera, los hogares y el hábitat. 75 por ciento de la población de California vive en condados costeros, y para el 2040, más de mil 500 millas de carreteras y 100 millas de vías férreas estarán en riesgo de inundaciones.
Los puertos marítimos, los aeropuertos, las plantas de energía y las plantas de tratamiento de aguas residuales ya han experimentado inundaciones provocadas por el clima. El hábitat costero es muy vulnerable al aumento del nivel del mar.
El «otro grande»
Un estudio de la UCLA también encontró que, durante los próximos 40 años, el estado tendrá entre un 300 y un 400 por ciento más de probabilidades de tener una secuencia de tormenta prolongada tan severa como la que causó la ahora legendaria inundación de California hace más de 150 años.
El Gran Diluvio de 1862 llenó los valles con pies de agua y sacó de las montañas a los mineros de la fiebre del oro y su equipo. En el Valle Central, las inundaciones se extendieron hasta 300 millas de largo y hasta 60 millas de ancho. Un tercio de la tierra sujeta a impuestos del estado fue destruida y el gobernador, en ese entonces, recientemente elegido, Leland Stanford, se vio obligado a remar hasta su investidura.
La situación podría volver a suceder, solo que con consecuencias más catastróficas porque el estado está mucho más poblado de lo que estaba entonces. En 1862, la población de California era de 500 mil habitantes; hoy, está cerca de los 40 millones. Ciudades como Stockton, Fresno y Bakersfield están situadas en lugares que fueron inundados por la inundación de 1862.
En caso de que ocurra ese tipo de tormenta masiva, el Servicio Geológico de Estados Unidos –USGS, –por sus siglas en inglés– ya tiene un nombre: «La otra grande». El nombre es un guiño al conocido apodo del próximo gran terremoto que los científicos esperan que ocurra a lo largo de la falla de San Andrés; sin embargo, el USGS no predice que los dos estarían vinculados.
En 2011, el USGS preparó las pautas de planificación de emergencia para ese tipo de tormenta, que según los científicos podría ocurrir una vez cada 100 o 200 años.
Los costos de una tormenta de tales dimensiones podrían alcanzar fácilmente el billón de dólares, más del doble del costo de cualquier desastre natural anterior, y que devastaría a California económicamente y obligaría a millones a evacuar.
El impacto se magnificaría porque tal inundación podría afectar a múltiples regiones en todo el estado, incluyendo el Área de la Bahía, el Valle Central y la Cuenca de Los Ángeles. En un estado con la sexta economía más grande del mundo, varias industrias masivas, entre ellas la agricultura, Silicon Valley y Hollywood, se paralizarían.
Las inundaciones que vienen incluso podrían cambiar la geografía del estado de forma permanente, señaló autor principal del estudio, Daniel Swain, científico climático del Instituto de Medio Ambiente y Sustentabilidad de UCLA y de The Nature Conservancy.
Agregó que gran parte de la región del delta de la bahía de San Francisco se encuentra por debajo del nivel del mar y una inundación lo suficientemente grande podría destruir la red de diques que retienen el agua, lo que inundaría vastas franjas de tierra actualmente seca.
«No creo que la mayoría de la gente en California realmente tenga una idea de la magnitud de este tipo de evento», dijo Swain. «Millones de personas que viven en el Valle Central, como mínimo, tendrían que irse por un tiempo, y muchos podrían tener sus hogares a menos de 20 o 30 pies de agua. Esto incluye gran parte de Sacramento».
Quizás la única buena noticia con una tormenta tan masiva es que los residentes probablemente tendrían al menos unos días para prepararse, a diferencia de un terremoto, cuando, en el mejor de los casos, solo hay segundos de advertencia.