
En una ciudad que late al ritmo de murales, violines de mariachi y guitarras chicanas, un grupo de artistas binacionales se reunió en la Ciudad de México para hacer algo más que mostrar su trabajo: vinieron a tender puentes.
A través del programa Puentes Creativos, impulsado por la iniciativa binacional ALMA, creadores de distintas disciplinas exploraron cómo el arte puede transformar la relación entre México y Estados Unidos y cambiar la narrativa sobre las comunidades migrantes.
“Muchas veces he sentido que no soy ni de aquí ni de allá, y un día dije: no, yo soy tan de aquí como de allá; yo pertenezco al mundo”, contó la cantautora Rosalba Valdez, hija de migrantes michoacanos nacida en Chicago. Su música bilingüe, de justicia social, habla de su comunidad y de las batallas cotidianas de las familias mexicanas en Estados Unidos.

“Mi música es bilingüe, tiene diferentes géneros, porque mi identidad es bicultural”, explicó, orgullosa de llevar su historia a México a través de Puentes Creativos. Para ella, haber visitado la Ciudad de México no es solo una invitación: es una responsabilidad de “contar una historia de resistencia y empoderamiento” y de “humanizar a nuestra gente”.
ALMA: cultura para cambiar la narrativa
ALMA es una iniciativa binacional dedicada a transformar la manera en que se comprende la relación entre México y Estados Unidos. Guiada por el lema “Conectando culturas, construyendo un futuro compartido para México y EE. UU.”, busca abrir espacios de diálogo, representación e incidencia que permitan construir una visión más justa, equilibrada y compartida entre ambos países.
En este esfuerzo, la cultura es herramienta estratégica: a través del arte se abren conversaciones sobre pertenencia, memoria, migración, justicia social e identidad. Esta segunda visita técnica de artistas forma parte de los esfuerzos continuos de ALMA por fortalecer el intercambio cultural y crear vínculos sostenibles entre comunidades mexicanas y mexicoamericanas a ambos lados de la frontera.
Durante tres días, los participantes recorrieron espacios culturales emblemáticos de la Ciudad de México, visitaron instituciones y proyectos independientes, sostuvieron encuentros con artistas y gestores culturales, y compartieron sus experiencias en foros de reflexión colectiva. Todo con un objetivo común: reconocer que la cultura mexicana no termina en la frontera.
“Sin migrantes no hay cultura, ni comida, ni futuro”
Desde el cine documental y el arte inmersivo, Nicolás Díaz Magaloni, chicano nacido en Los Ángeles y criado en el norte de California, mira con claridad el impacto de su comunidad en Estados Unidos.

“Viviendo en Los Ángeles, no hay arte ni cultura sin la cultura mexicana y latinoamericana”, afirmó. Recuerda que sin la mano de obra migrante “no hay comida en Estados Unidos, California no podría sostener su infraestructura”.
Los murales del Valle Central, del Este de Los Ángeles, el cine chicano y las nuevas generaciones de artistas son, dijo, prueba viva de que la cultura latina y chicana está en todas partes.
Para él, programas como ALMA y Puentes Creativos son clave para cambiar la narrativa: “La cultura no tiene fronteras. Somos mexicanos, aunque vivamos en Estados Unidos, y es importante que México también nos vea y nos reconozca como parte de esta historia”.
Música, memoria y orgullo: de Chicago a Nueva York
El impacto de esta identidad binacional se siente en todos los acentos y en todas las cuerdas. Ingrid Gachupín, violinista de mariachi nacida en Manhattan de padres poblanos y capitalinos, encontró en la música tradicional un puente con sus raíces.

“El mariachi me hizo sentir más conectada con mi familia y con sus raíces”, contó. “Sin el mariachi yo nunca me hubiera interesado en la música que mis papás escuchaban. Me enseñó lo bonito de nuestras tradiciones”.
Participar en Puentes Creativos, destacó, ha sido inspirador: vuelve a Nueva York con nuevos aprendizajes que quiere compartir con sus compañeros. A quienes sueñan con vivir el arte binacional, les deja un consejo sencillo y poderoso: “No tengan miedo. Tomen ventaja de todas las oportunidades, grandes o pequeñas. No digan que no sin intentarlo”.
Del barrio al mural, de la ONG al colectivo
El puente cultural no solo se construye en grandes ciudades. También nace en zonas rurales y campos agrícolas. Desde el Valle Central de California, la artista visual Gabriela Santos —originaria de la Ciudad de México e hija de migrantes oaxaqueños— combina su trabajo en una ONG de apoyo a personas migrantes con talleres de arte comunitario, desfiles, altares de Día de Muertos y proyectos de preservación cultural.

Su organización, Hola Raza, impulsa actividades para preservar tradiciones mexicanas lejos de casa: desde carros alegóricos para el 5 de mayo hasta posadas y altares que muestran que México es diverso y que no existe una sola forma de celebrar la vida y la muerte. También integra el Mexican Folk Art Collective, que reúne a artistas y artesanos mexicanos que viven en Estados Unidos junto a creadores radicados en México.
“Ver el país desde fuera es muy diferente”, destacó. “Te reconfiguras, te arraigas más a los símbolos y entiendes la importancia de la identidad. El arte se vuelve una forma de resistir, de no dejar que nuestra cultura se vuelva solo una versión ‘hollywoodense’”.
Voces chicanas: historia, radio y dignidad
La visita también reunió a figuras con una larga trayectoria en el movimiento chicano. Julio César Guerrero recordó cómo su familia fue afectada por los programas de repatriación de mexicanos en Estados Unidos en el siglo XX y cómo, a partir del movimiento de derechos civiles, se forjó una identidad política chicana que lucha contra la discriminación y la exclusión.

Durante décadas trabajó como periodista y organizador comunitario, cofundando radios comunitarias y creando el primer noticiero chicano de alcance nacional en Estados Unidos. Su objetivo: que los barrios latinos escucharan noticias sobre sus propias luchas, y no solo sobre lo que ocurría en Europa o en otros países.
“El arte y los medios alternativos han sido nuestra manera de contar nuestra historia y de resistir”, explica. Desde los corridos de la Revolución hasta el muralismo chicano, para Guerrero el arte “es una escuela pública a cielo abierto” donde el barrio aprende de sí mismo.
Murales, migración y esperanza
Otra de las voces presentes fue la del muralista Cornelio Campos, originario de Cherán, Michoacán, y radicado en Carolina del Norte. Migró primero a Los Ángeles y luego al sureste de Estados Unidos como trabajador del campo. De esas experiencias nacieron sus obras, que abordan la migración, la explotación laboral, el choque cultural y la esperanza.

“Mi arte empezó casi como una terapia”, subrayó. Pero pronto se convirtió en una narrativa global con la que se identifican personas migrantes de América Latina, África y Europa. Por eso evita limitar su obra a una sola bandera: quiere hablar de la experiencia humana de cruzar fronteras.
Para Campos, Puentes Creativos representa “un paso más” para construir vínculos, aprender de los procesos que ya existen en México y compartir herramientas con jóvenes que sueñan con ser artistas. Su mensaje es claro: “Sean insistentes y persistentes. No dejen sus sueños. Yo llegué como trabajador del campo y hoy vivo de mi arte. Eso también es posible”.
Bolero, identidad y resistencia en clave chicana
El cantante de boleros Enrique Ramírez creció entre Texas y Torreón, en una familia donde la música se volvió refugio desde la infancia. Al migrar a Estados Unidos enfrentó discriminación y choques culturales, pero el movimiento chicano le devolvió orgullo e identidad.

“Gracias al movimiento chicano logré recuperar mi cultura y mi orgullo”, recordó.
Para Ramírez, ser chicano es una continuidad histórica que conecta a su comunidad con Aztlán. Con su grupo Los Peludos dedica su música a promover unión, raíces y esperanza, y ya trabaja en su segundo álbum, siempre con el mismo compromiso: que su arte sea un puente.
Como artista binacional, uno de sus mayores obstáculos ha sido el acceso a espacios de difusión en Estados Unidos. Aun así, su propuesta bilingüe le ha permitido llevar mensajes de solidaridad a una comunidad latina que, afirma, “ya no es cualquier cosa”.
Su participación en ALMA le abrió nuevas herramientas y vínculos con artistas chicanos. A los jóvenes creadores les deja un consejo directo: conocerse, trabajar con disciplina y no soltar sus metas. “La vida es corta… hay que meterle tiempo y trabajo”, dijo.
Un futuro compartido
De Chicago a Nueva York, de Los Ángeles al Valle Central, de Texas a Carolina del Norte, las historias de estos artistas muestran que la cultura mexicana y mexicoamericana está rehaciendo el mapa cultural de América del Norte. Sus obras dialogan con temas como migración, identidad, memoria, justicia social, pertenencia y comunidad.
Con iniciativas como ALMA y su programa Puentes Creativos, esos esfuerzos dejan de estar dispersos y comienzan a articularse como una red binacional de colaboración, donde artistas, colectivos, instituciones culturales y organizaciones sociales se reconocen y se acompañan.
La cultura, recuerdan ellos, no reconoce muros ni aduanas. Viaja en guitarras, violines, murales, poemas y documentales. Y en cada paso va dejando claro algo que muchas veces se intenta negar: las comunidades mexicanas y de origen mexicano no son una carga, sino una fuerza creativa indispensable para el presente y el futuro de ambos países.
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