La casa entera ten un aspecto diferente, se respiraba un ambiente de fiesta, de inusitada felicidad.
El gran sal que siempre permanec cerrado y que era prohibido para mis juegos infantiles estaba ahora abierto y en estaba la exhibici de los regalos del futuro matrimonio.
Ese gran sal conten muy preciadas reliquias familiares, jarrones chinos, estatuillas de marfil, una radiola descomunal con anaqueles que alojaban la colecci de discos, una vitrina de caoba con adornos de cristal que fueron, a lo largo de muchos as, adquiridos uno a uno por mi madre, esa estancia ten , ahora, las puertas abiertas. Todo lo que se encontraba dentro del sal ten su propia historia de co y de donde hab n sido adquiridos, muchos de ellos eran una especie de recompensa que mi madre recib despu de alguna ri con mi padre y que ella contaba casi como si fuera una gran haza, con mucha satisfacci. El sal estaba subordinado a la gran chimenea, enorme, con un espejo de cristal en lo alto que resplandec de limpio, iluminada por una ara de cristal, una chimenea solo decorativa que nos quer incorporar a escenarios a los que solamente ten mos acceso por las pel ulas.
Yo disfrutaba con el gran sal abierto todo el d , donde ahora, s pod jugar a mis anchas y sentarme en los muebles tipo ?Luis XV? que esta vez, por fin, dejaban lucir sus tapices originales sin aquellos forros anodinos con los que usualmente los cubr n.
En aquel tiempo, lo recuerdo muy bien, ten mos dos ?empleados? (limemente se utilizaba el eufemismo ?muchachos?): Eusebia y Teodosio, ella era la cocinera, recomendada por la comadre Elena y era de una edad indescifrable que podr estar en sus treintas (o cincuentas?) de contextura gruesa y con una fortaleza que exhib sin vanidad cuando cargaba los sacos de arroz, muy amable y dil aunque alguna vez la escuch discutiendo con Teodosio en quechua, su lengua materna. Ellos ten n sus dormitorios en la azotea, cuartos separados por un ba com