Construida a lo largo de una playa arenosa, Tel Aviv tiene una atmfera relajada y afable. Las personas transitan en ropa muy ligera, camisetas, shorts y sandalias, y se mueven desenfadadamente en motocicletas el tricas y monopatines. Es un placer. Para que nadie olvide de que el pa esten guerra, suena la alarma anticohetes. No como en Ciudad de M ico, donde la alerta s mica se reproduce en cada poste. Aqu se escucha lejos, potente, profunda y misteriosa, como en una pel ula apocal tica. Algo fue disparado en nuestra direcci.
En la terminal de autobuses Savidor, al aire libre, los pasajeros alrededor de m no muestran miedo sino molestia por el contratiempo. Solo abandonamos nuestro lugar en la fila porque los guardias nos apresuran hacia el refugio, que esta 20 metros. Es subterreo, pero nadie baja, porque si bien es cierto que existe alguna posibilidad de que a uno le pegue el proyectil en la cabeza, son muchas m las de romp sela al caer por las prisas.
Nos apretamos en la entrada, cuyas puertas no cierran. Una joven turista estadounidense se abre paso entre la gente para asomarse al exterior.