jueves, diciembre 19, 2024

Lo que deja ver el aislamiento por la Covid-19

Anna Lee Mraz Bartra / Península 360 Press


El confinamiento ha sido duro para la mayoría, pero es evidente que es mucho más crudo para aquellas personas que ya vivían en peores condiciones sociales: los pobres, los adultos mayores y para las mujeres, en general, se ha complicado la vida y por más de una razón.

Tras meses de estar encerrados, aislados del mundo, ya podemos notar que han aflorado las mejores y las peores versiones de nosotros mismos, según nos lo indica el reflejo opaco del cristal de litio de la computadora o el celular, que cuando este emite luz, las ondas electromagnéticas resultan ofuscas, negativas, contradictorias. Nos hacen testigos de la tragedia que resulta de la mezquindad humana, por un lado. En el mejor de los casos, vamos encontrando nuevas formas de expresar el cariño a la distancia.

Quienes no tienen opción continúan saliendo de casa, exponiéndose y exponiendo a los suyos. No tienen con quién dejar a sus hijos que, normalmente, estarían en la escuela resguardados mientras sus madres y padres trabajan.

Las personas mayores se ven rebasadas por la tecnología de la cual depende ahora la vida cotidiana y las tareas más esenciales de nuestro sistema.

Nos va quedando claro que vendrán cambios sin precedentes en el quehacer humano. La casa, por ejemplo, espacio de descanso por excelencia, se ha convertido para algunos en oficina, escuela, cine, restaurante y en el mejor de los casos, gimnasio y discoteca. En el peor de los casos, una pesadilla de la cual no puedes salir.

La vida diaria, sostenida generalmente por un sinnúmero de personas a nuestro alrededor, se va volteando hacia adentro como un calcetín arrancado de prisa y nos encontramos con que esas tareas cotidianas van más lentas y se complica llevarlas a cabo. Hasta concentrarse en el trabajo es más difícil. Tenemos el doble o el triple de responsabilidad en la oficina en casa, sumada a las labores domésticas y la crianza de tiempo completo. Cuando llega la hora del descanso, lo único que aparece como huésped sin invitación es el insomnio.

Otro asunto que se ha vuelto -por decir lo menos- un desafío es la educación. Considero que, en principio y en circunstancias ordinarias, criar nuevos seres humanos debería ser una tarea colectiva. Ahora se ha vuelto una labor extraordinaria y monumental para intentar resolverla entre las mismas cuatro paredes que nos confinan. El tamaño del desafío dependerá de múltiples factores y también del tamaño del infante. Hay que hacer una distinción entre los que tienen criaturas en edad escolar y alfabetizados y los que tienen hijos preescolares, analfabetas, que no leen libritos solos, no escriben y demandan todo el tiempo posible de sus padres. Nos hemos transformado en maestros, maestras, cocineros, cocineras, animadores de tiempo completo de nuestros hijos e hijas. Por si fuera poco, ahora las autoridades en las escuelas nos piden que creemos una carpeta de evidencia de los aprendizajes de lo que logren aprender en casa los y las chiquitas y que esta se entregue al volver.

Quienes somos docentes nos hemos transformado en periodistas radiales. Le hablamos dos horas de corrido a una computadora en la que no vemos ni las caras de los estudiantes porque deben apagar sus cámaras para que la conexión no se interrumpa. Los niveles de surrealismo aumentan progresivamente.

Nuestra vida gira en torno al coronavirus, al punto que hasta una amiga llamó al felino que encontró abandonado en la calle y lo rescató: Pandemia.

¡Qué días! ¡Qué año! No nos queda más que resistir y dar al mal tiempo, buena cara.

Anna Lee Mraz Bartra es doctora en sociología y profesora universitaria. Vive en Redwood City.

Península 360 Press
Península 360 Presshttps://peninsula360press.com
Estudio de comunicación digital transcultural

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