Escribir a diario
Escribir no es tarea fácil para nadie. Es un ejercicio de constancia, de tiempo y disciplina. Resulta aún menos complicado para las mujeres y las periodistas, sobra aclarar que no es por falta de capacidad, sino por toda la carga de pendientes que nos persigue en la vida cotidiana y que, cuando por fin encontramos el espacio para sentarnos a pegar palabras, nos inunda el cansancio y, a veces, nos doblegamos al final del día.
Aun así, las mujeres hemos aprendido a levantar piedras y encontrar huequitos por donde colarnos.
Cuando logramos plasmar palabras en el teclado, estas implican una vulnerabilidad agregada. Una se desnuda por completo para develar el alma ante la audiencia y, en sociedades como las nuestras, eso ya implica un acto de verdadera valentía.
No hace mucho que las mujeres usaban seudónimos para publicar bajo nombres masculinos o unisex. La misma J.K. Rowling, autora de Harry Potter, desistió de publicar bajo Joanne a sugerencia de los editores para alcanzar al público masculino de jóvenes. Recientemente Rowling explicó que se sentía “paranoica” de publicar con su nombre y no querer llamar la atención de un ex-marido suyo. No sé cuál me perturba más, si el hecho de que socialmente fuera aceptada mejor como “no-mujer” o que quisiera esconderse de una relación personal anterior.
Así vamos todas, sorteando las desventajas -unas más que otras, por supuesto- de una vida hecha para beneficio de los hombres. Pero vamos levantando piedras juntas, porque como dijo la gran Francesca Gargallo quien partió muy pronto pero nos dejó un gran legado de lucha y de alternativas ante el patriarcado: “La amistad entre mujeres es un acto y una actitud revolucionaria”.
Aquí una muestra en Península 360 de lo que implica escribir, ser mujer, ser periodista y, para algunas, migrante. Aquí estamos escribiendo a diario en el ejercicio revolucionario cotidiano del periodismo, ser mujeres y ser amigas.
Mujer, madre, hija, escritora y periodista
Por Irma Gallo
A veces, cuando siento que me faltan las palabras o que después de una jornada doble o triple (de trabajo y de cuidados) estoy muy cansada como para sentarme a escribir, me pongo a pensar en todas las que escriben en condiciones de mayor precariedad que yo, en las que escriben en ambientes en los que apenas pueden respirar por las distintas violencias que las atraviesan en sus vidas cotidianas.
Pienso en que no todas podemos tener el cuarto propio al que se refería Virgina Woolf a mediados principios del siglo pasado, que la mayoría escriben desde ese zulo propio que reivindica la española Itziar Ziga, y que en México, como bien dice Dahlia de la Cerda, puede ser la mesa del comedor, en donde estás dando de comer a la familia, el transporte público en el que vas a trabajar, la calle en donde colocas tu puesto ambulante.
Escribo esto pensando en que desde mis privilegios, pero también desde mis desventajas, me acuerpo con las demás y entonces el camino es menos difícil.
El chiste, creo, es sabernos juntas, saber que en mayor o menor grado, todas escribimos desde la desventaja. Pero aquí estamos, aquí seguimos, dejando caer unas cuantas letras día a día.
Ser mujer es un deporte extremo
Por Andrea Hernández
«Ser mujer y periodista es un deporte extremo en México» dijo una profesora cuando entré a la licenciatura de Comunicación y Periodismo, y es que en este país son asesinadas en promedio 10 mujeres cada día, además del riesgo que representa la profesión de periodismo, en la que, si «te entrometes demasiado», denuncias hechos que manchen la reputación de políticos, señalas narcotraficantes o conoces cómo funciona el crimen organizado, expones tu integridad.
Al unir estas dos categorías, ser mujer y periodista, aumentan las probabilidades de que seas asesinada, pero también si le sumas que un día decidiste salir de noche, usaste minifalda o un escote, no moderaste lo que bebías y además debes usar el transporte público para regresar a casa.
Entonces, ¿importa la profesión que se elija? Yo diría que el simple hecho de ser mujer ya es un deporte extremo, en el que tenemos que «aprender a arriesgarnos lo menos posible» sin garantizar que aún con «precaución» estemos a salvo, porque violan y matan a la bebé, a la niña, a la joven, a la anciana, a la periodista, la doctora, la cajera, ¡y a cualquiera!
La sociedad machista de México nos condena a medir nuestras decisiones, analizar nuestras acciones, perder nuestra personalidad y vivir con miedo, temer del conductor de Uber, de nuestro compañero de clases, del profesor que hace comentarios «subidos de tono», del chico que nos invitó a bailar, e incluso de quien elegimos como pareja sentimental.
Perdemos nuestra intimidad porque tenemos que reportar a nuestra amiga de confianza a dónde vamos, con quién vamos, la ropa que usamos, datos que en caso de desaparecer serán expuestos en todos los medios y con los que seremos sometidas al juicio público.
Vivimos todas las formas de violencia posibles, y aun así seguimos en la lucha, en la búsqueda de libertad e igualdad. Marchando, escribiendo o posteando en redes sociales para hacernos escuchar.
Carta a Elizabeth Jane Cochran, pionera del periodismo de investigación y reportera
Por Pamela Cruz
Querida Nellie:
Han pasado 100 años desde tu partida. Cada vez que escribo, que investigo, que reporteo, que mi mente se desliza por mis dedos y se vierte en una hoja digital en blanco, pienso en ti.
Letra a letra pienso en la fuerza que te impulsó a ser, a ver y a dar a conocer a los demás la noticia desde tu perspectiva única.
Gracias a tu trabajo he llegado a comprender que una mujer con una pluma es revolucionaria, es punk, es insurgente, es visionaria, es disruptiva y es pasión.
Una mujer que ha decidido poner en papel, en la web, en los diarios y la radio, su voz, sus pensamientos, sus investigaciones y su visión, es una emancipadora, es fuerza, es color, es inspiración.
Hoy somos millones en el mundo que seguimos tus pasos: periodistas, comunicadoras, comunicólogas, reporteras, conductoras, editoras, fotógrafas y demás, damos cuenta de que nuestra pasión por la verdad y por saber más, va más allá de una simple profesión.
Si tan sólo hoy pudieras ver lo que hemos logrado. Me imagino que ser pionera en el periodismo de investigación, de las primeras reporteras y corresponsales de guerra allá a inicios de los 1900 no era tarea sencilla, pero hemos luchado. Nos ha costado miles de vidas de mujeres que no han bajado la cabeza en pro de dar voz a esas y a esos que no han podido.
La tinta cobró un color carmín cuando se nos ha intentando callar, cuando desde el poder nos atacan, nos enfrentan y nos tachan de mentirosas.
Mi muy querida Nellie Bly, el campo de batalla no ha sido parejo. La mano de un patriarcado en los medios de comunicación nos ha intentado contener, nos ha querido callar, ha manchado con la sangre de mujeres las hojas de diarios, pero aquí seguimos.
Hemos aprendido a hacer de todo, igual hacemos periodismo de guerra que narramos un partido de fútbol. Somos madres, hermanas, amigas, esposas, y sí, periodistas.
Ay Nellie, «la solitaria huérfana», eras una feminista! Qué ganas de que pudieras ver todas aquellas que han ganado el premio Pulitzer. Sí, lleva el nombre de quien fuera tu jefe en el New York World.
Pienso en tu primer trabajo tras llegar a Nueva York, un artículo sobre un asilo psiquiátrico para mujeres en Blackwell’s Island, ¿recuerdas?
En ese entonces te llamaron loca por internarte en el propio asilo, exponiéndote a las mismas condiciones a las que se sometía a las pacientes.
Tu reportaje es hoy una leyenda, «Diez días en un manicomio». Qué forma de dar cuenta de los abusos de la administración sobre los pacientes, tanto así, que obligó a las autoridades sanitarias a abrir una investigación y a tomar medidas drásticas sobre el trato a los enfermos mentales.
Hoy intentamos hacer lo propio. Millones de mujeres siguen tus pasos, cada una en condiciones diferentes, pero siempre desde la desventaja de ser mujer, pues aún nuestro trabajo es poco reconocido y la violencia contra nosotras no cesa.
Me despido, debo hacer unas notas, preparar un reportaje, hacer la cena y ayudar a mi hijo con su tarea. Te escribo pronto, te pienso siempre.
Voz de mujer
Por Constanza Mazzotti
Las paredes de mi casa me resguardan del recuerdo de ser mujer, es decir, sé que soy una de ellas porque aprendí a vestir, tengo pelo largo, me muevo y maquillo como una más. Me gusta mi voz, me gusta mi rostro y la forma en la que decido el orden de mi día. Mis decisiones parten solamente de mis deseos personales. Lo complicado viene cuando decido salir de casa y mi entorno se dedica segundo a segundo en señalar que en verdad soy una mujer. Las personas que pasan a mi lado, la forma en la que me ven, las circunstancias a las que me atengo por salir a la calle delatan lo peligroso que se vuelve lo femenino.
Esta sensación de ser extraña con mi cuerpo durante mi paso por las calles la identifico desde la infancia, así como el hecho de ser consciente de esta doble forma que tengo para expresar mi feminidad en un dentro y fuera de muros.
Pensaba que escribir sería un espacio neutro. De chica firmaba mis cuentos con nombre de hombre así, el destello que reflejaría mi sexo en las letras confundiría al lector impresionado por ese tajante masculino que firmaba cada una de las entregas. Todo iba bien hasta que ingenuamente entregué uno de esos textos con mi propio nombre develando el secreto de mi voz. Mi secreto estaba revelado, nunca más pude disfrutar del privilegio de tener un nombre masculino. Me dio mucho temor, me llené de vulnerabilidad al comenzar a firmar con mi nombre. Después de pensar largamente sobre los miedos de publicar con nombre de mujer me di cuenta de qué tan débil se encontraba mi voz y mi posicionamiento como chica ante la vida. Escribir como mujer es difícil porque las letras también se catalogan como masculinas y /o femeninas. ¿Cómo lograr esa igualdad?
Desde hace más de cinco años mantengo un espacio en internet en donde amigas publicamos lo que queremos escribir, sin pretensión de absolutamente nada más que el placer de la escritura y, por si no fuera poco, la consigna es escribir sobre lo íntimo, lo cotidiano y sobre lo que para nosotras es nuestra propia realidad.
Después de todo, luchar contra una misma
Por Mariel Zasso
¿Sabías que las mujeres suelen aplicar a una vacante de trabajo solo sí cumplen el 100% de los requisitos en cuando los hombres aplican si cumplen un 60%? ¿Y qué dice ese dato sobre nosotras, mujeres? Eso enseña otra de las luchas cotidianas que nosotras, y aún más las mujeres que creamos, tenemos que enfrentar. Queda siempre por ahí una especie de falta de confianza que nos acecha incluso a las más seguras de sí. De repente, como si de la nada, llega y nos hace cuestionar si somos realmente buenas, si somos realmente capaces, si merecemos este trabajo, si debiéramos mismo estar escribiendo ese libro, esa tesis, ese artículo de opinión. Y está bien que una se cuestione, y quiera siempre superarse. Pero muchas veces ese sismo en la autoconfianza nos paraliza.
Sí, confiamos en nosotras, sabemos que somos capaces, y así lo decimos en voz alta. Pero ahí, enterradas en nuestro inconsciente desde niñas, están narrativas de perfeccionismo en las cuales muchas de nosotras nos enredamos, y que nos paralizan. Porque de alguna forma, queda ahí escondida la idea de que no debiéramos atrevernos. O que si nos atrevemos, tenemos que enseñar que somos perfectas. Sobresalientes. Y la verdad es que los hombres van por ahí atreviéndose, aplicando a vacantes con mucho menos cualificación que nosotras, escribiendo lo que les dé la regalada gana sin miedo. Porque a ellos, de niños, los enseñaron a atreverse. En cuanto a nosotras, nos enseñaron a ser perfectas. Y preferentemente, “no-incómodas”.
Al que parece, ¡y qué bueno!, cada vez más de nosotras nos damos cuenta y nos cuestionamos. Pero como todas las luchas, es una batalla diaria, y una no puede bajar la guardia. Sigamos enseñando a nuestras niñas a ser valientes, atrevidas, no perfectas. Y hagamos lo mismo con la niña que fuimos un día y que aún llevamos dentro.
La nueva semántica del feminismo
Por Lourdes Durán
Decidí dedicar mi vida profesional como comunicóloga a la docencia, aunque me inicié como reportera en un medio con un carácter eminentemente social: la Revista del Consumidor.
Fueron años híbridos dedicados al ejercicio de la profesión y a la nobleza de la academia.
Casada desde muy joven, la maternidad llegó muchos años tarde por razones médicas. Y así cómo llegó la alegría de adoptar a una hermosa bebé y dar a luz a una nena prematura extrema, mi relación de 15 años terminó.
Las razones ya no son importantes ahora. Pero en ese momento había dejado mis trabajos para dedicarme al cien a lo más importante: sacar adelante a mis dos pequeñas casi gemelas.
Así, de un día al otro me cayó encima la condición femenina de ser madre sola, de buscar trabajo y de encontrar quien me ayudara con mis hijas de 5 años.
Me enfrenté a la semántica de los términos que en mi generación no se conocían: el patriarcado, el acoso, el dolor del abuso y del abandono.
Fueron meses de profunda desesperanza ante la condición de ser mujer y madre.
Al final, la resiliencia, la sororidad (dos nuevos vocablos para mí) y la fuerza que sacamos las mujeres y las madres de lo más profundo de la entraña para salir adelante.
Mis hijas, ahora de 25, conocen a profundidad estos términos llenos de la nueva revolución femenina que estamos viviendo. Juntas las tres hemos ido a las marchas para tratar de construir un nuevo mundo femenino mucho más justo.
Comunicado
Las mujeres de Península 360 reivindicamos hoy, 8 de marzo 2022, nuestro derecho a existir en tanto mujeres, periodistas, escritoras y amigas. Tomamos uso de la palabra para denunciar los cobardes actos de feminicidio, de violencia que viven las mujeres no sólo en México, sino en toda América Latina y en el mundo. Tomamos la palabra para alzar la voz por quienes cuya precarización no les permite hacerlo tan fácilmente y luchamos por crear más espacios donde cada una hable por sí misma. Nosotras nos manifestamos contra la guerra, la pobreza y la violencia en México que expulsa migrantes al por mayor y luego las invisibiliza… usamos la pluma para develar las injusticias y las atrocidades del mundo, especialmente contra otras y otros periodistas, como en el caso de México.
Ante la exacerbante violencia tóxica y machista que afecta a hombres y mujeres, que prolonga sus efectos a ambos lados de las fronteras, que envenena juegos de fútbol y profundiza las desigualdades en el mundo, nos unimos las mujeres , una vez más, para decir: ¡basta!
Como mujeres periodistas, escritoras y comunicadoras resistimos en colectividad para construir redes de apoyo entre mujeres y organizaciones de mujeres, comprometidas desde el periodismo feminista a ser un instrumento de denuncia y expresión frente a la violencia de género, las injusticias del Estado contra la población más vulnerable. ¡Ni una más, ni una menos! Y si nos tocan a una, respondemos todas.
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