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viernes, marzo 29, 2024
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«Un soldado en cada hijo»

Por Raúl Romero. Península 360 Press

Cuando era niño, veía con fascinación los desfiles militares que cada año se organizan en México para celebrar la independencia nacional el 16 de septiembre. Ver a miles de soldados, uniformados, cargando sus armas y en perfecta coordinación, era para mi algo sorprendente. Mirar los tanques, los aviones, los helicópteros, los soldados a caballo, los paracaidistas, las lanchas y todo ese arsenal militar sin duda me hacían sentir orgulloso de ser mexicano. No lo sabía entonces, pero las ideas de fortaleza, disciplina, valor, honor y lealtad que aprendía aquellos días como patriota, eran el complemento perfecto de mi formación patriarcal que por aquellos años iniciaba.

Mi formación como patriota, y la de millones de infancias, se reforzaba en la escuela todos los lunes por la mañana, haciendo honores a la bandera y cantando el himno nacional. A los hombres nos obligaban a cortarnos el cabello tipo «casquete corto» o «casquete regular», que eran los cortes que se exigían en las escuelas públicas. Ver en la televisión pública a Luis Miguel, vestido como militar, cantando «La incondicional», era parte del ideal que se nos imponía. El disparate llegaba a tal punto que muchos hombres jóvenes eran vestidos como cadetes militares para participar como chambelanes de las muchachas que cumplían quince años.

La coronación de esa formación patriota – patriarcal llegaba cuando te encontrabas próximo a cumplir los 18 años y era momento de hacer el servicio militar, alistarte para ser el soldado que el cielo le dio a la patria en cada hijo. La cartilla militar era como el acta de nacimiento de ese nuevo soldado.

Poco, muy poco de todo esto ha cambiado en nuestros días.

Mi desencanto de los militares empezó con la adolescencia, y luego, más que un desencanto, vino una aversión que me nació cuando conocí de voz propia de varios sobrevivientes los hechos del 2 de octubre, o cuando me encontré con algunos de los sobrevivientes de la masacre de Acteal, en Chiapas. Después el número de historias que escuché en las que el ejército masacró, desapareció, reprimió, directa o indirectamente, a gente humilde y a integrantes de las organizaciones de los pueblos; fue creciendo: Aguas Blancas, El Charco, El halconazo, Tlatlaya, Ayotzinapa…

¿Y a qué viene esta historia?

En México, se habla últimamente de la gran aceptación que tienen los militares entre la sociedad mexicana. Incluso se utiliza este «argumento» para legitimar la continuidad de la militarización de la seguridad, de la guerra. Hay que preguntarnos cómo se construye esa «aceptación» y a quién beneficia y ha beneficiado. Hay que indagar si no es en gran parte resultado de la difusión constante de esos valores patrios, acompañada de una reforzada estrategia mediática, y de un repetitivo discurso que apela a la reconciliación para esconder la impunidad.

Hay varias formas de defender y entender la patria, aprendí después. Patria es Humanidad, nos dijo José Martí. Desde el antiimperialismo se esgrimen otras razones. Incluso hay hoy mujeres que luchan que nos proponen hablar de matria. Que cada quien elija. En todo caso, lo que me parece inaceptable, es que en nombre de la patria se proteja a quienes han masacrado a nuestros pueblos y a quienes explotan a los pueblos empobrecidos.

Raúl Romero

Sociólogo.

Twitter: @RaulRomero_mx

Más del autor: Contra las guerras capitalistas

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