Por Pamela Cruz. Península 360 Press [P360P]
En marzo de 2020 la vida de Santiago, como la de millones de niños en el mundo, cambió radicalmente. A sus 12 años pasó de asistir al colegio a tomar clases en línea, de practicar futbol americano a hacer ejercicio en casa y de ver a sus familiares y amigos en reuniones a hablar con ellos por videoconferencias.
Su vida dio un vuelco radical y no sabía por qué. «No veo mucho las noticias, pero escuchaba a mis papás hablar de un virus. Me asusté mucho. Todo cambió. Dejé de hacer todo lo que me gustaba: ir a la escuela, ver a mis amigos, salir a muchos lugares. Era como una pesadilla», dijo en entrevista a P360P.
Santi, como le dice su familia, poco a poco fue entendiendo lo que sucedía por la información de sus padres, maestros y medios de comunicación. Y aunque pensó que sería un asunto de semanas, las noticias de nuevos contagios continuaron por meses. Aburrido por el encierro, esperaba que pronto terminara todo.
Sin embargo, el número de nuevos casos y de fallecimientos seguía al alza. Santi también es uno de los millones de niños que ha perdido a un ser amado a causa el COVID-19, pues a inicios de este año, su bisabuela falleció debido a esta enfermedad.
«Por eso quiero contar mi historia, porque sé que hay muchos niños que le tienen miedo a vacunarse. Pero no pasa nada. Aunque le tengo terror a las agujas, quise ser valiente para que a las personas no les pasara nada malo, como a mi bisabuelita».
Primero los de adelante
Fue en diciembre de 2020 cuando la historia acerca de la pandemia dio un giro inesperado. «Mi mamá me gritó y salí de mi cuarto. “Ya hay una vacuna”, dijo. Le pregunté si nos la podíamos poner, pero me explicó que había que esperar. Otra vez a esperar. Ya estaba aburrido de escuchar eso, pero también me asustaba que mis papás o más gente muriera».
«Mis papás me decían que los primeros que se iban a vacunar iban a ser las personas que más lo necesitaran y los que estaban en mayor riesgo. Primero los abuelitos y los médicos, luego los adultos, hasta que por fin, un día también dijeron que los niños mayores de 12 años».
A Santi le faltaban algunos meses para cumplir 12 años cuando salió la noticia. Así que a su corta edad tuvo que prepararse mentalmente para librar una batalla contra todos los miedos que pasaban por su cabeza, porque no le gustaban ni las inyecciones ni las agujas.
«Puse todo en una balanza, eso me dijo mi mamá que hiciera cuando tuviera dudas al tomar una decisión importante. Y eso hice, anoté en una hoja por qué sí y por qué no debía vacunarme. Pensé en mi miedo, pero también en mi bisabuela. Al final ganó el sí».
¡Toma eso, COVID-19: ya no tengo miedo!
Este 1 de agosto Santi pudo recibir la segunda dosis de la vacuna Pfizer. Con el brazo izquierdo descubierto cierra los ojos y recibe un pinchazo que dura muy poco. Cuando le dicen que ya acabó, abre los ojos nuevamente y una sonrisa se dibuja en su cara.
«No se sintió nada, solo un pequeño piquete, como si te pellizcaran, pero la verdad no me dolió. Creí que iba a ser peor. La vez pasada tampoco me dolió. Estoy muy feliz porque ya me vacuné y mis papás también».
Santi dice que de grande quiere ser médico para poder ayudar a otras personas, se acomoda la manga de la camisa mientras se levanta de su silla y golpea rápidamente al aire gritando: «Toma eso, COVID».
«Vacunándome contra la COVID le demostré a mi familia que la amo y que ya quiero regresar a mis entrenamientos, de decirle a mis amigos que ya los quiero volver a ver en la escuela, y de decirle al mundo que si yo puedo contra mis miedos, todos pueden».
«Aún usaremos mascarillas por un rato, pero si todos hacemos lo que nos toca pronto volveremos a sonreír».
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