sábado, julio 19, 2025
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Migración y mente: la sabiduría de Sofía

Migración y mente: la sabiduría de Sofía Ortiz
“Qué los niños tengan un futuro mejor”, Sofía Ortiz.

Por Celeste Noriega.

“Qué los niños tengan un futuro mejor”, es el deseo de Sofía Ortiz.

La cultura, típicamente se define por experiencias relacionadas a la migración, las comidas que comemos, los idiomas que hablamos y las costumbres que practicamos. Sin embargo, en esta gran cobija de la cultura, hay un hilo del que no se habla mucho: el bienestar.

El nombre Sofía proviene del griego y significa sabiduría, una idea que personifica en su trabajo. Ha trabajado en Casa Círculo Cultural (un centro cultural en Redwood City) desde que se fundó, y le gusta trabajar allí con la comunidad porque es una manera de motivar a los niños a que estudien en la universidad y para que los adultos puedan salir de las duras rutinas de trabajo. 

Casa Círculo es un lugar para practicar y fomentar el bienestar, algo que Sofía valora muchísimo. Al hablar con ella, me contó que cuando migró a los 12 años de su pueblo a una ciudad grande, hubo muchos cambios en su vida porque tuvo que aprender el nuevo ritmo de vida y, además, dejar a su familia para emprender una búsqueda de oportunidades mejores para ella. 

¿Cambiarías algo de tu pasado? Le pregunté. “Nada”, me respondió, añadiendo que es una persona feliz. Sin lugar a dudas, fue una experiencia difícil, pero le regaló la sabiduría de su nombre y mucha fuerza. Con todo ello se siente más segura de sí misma en el mundo. 

Pero eso no pasó sin trabajo duro personal. 

“Para que seas feliz tienes que curar todas esas heridas de niño. No olvidar, pero trabajar mucho en ti, como persona”, me dijo Sofía.

Sin embargo, eso puede ser difícil porque se considera tabú consultar a un psicólogo dentro de la cultura mexicana. Según Sofía, “muchas personas piensan que ir a un psicólogo puede ser que digan que estés loco. Eso es mentira. Es un mito. Quiere decir que necesitas terapia y que tienes que ir con un profesional”, para recibir apoyo necesario. 

A veces, les damos prioridad a logros u objetivos como la educación y el trabajo, que son altamente importantes, sin embargo, se olvida el lado más subjetivo: el bienestar. Hay ventajas al cuidarnos en estas formas más desconocidas, pero también fundamentales. 

Al respecto, Sofía y yo estamos de acuerdo que es algo que queremos cambiar, no porque no nos guste nuestra cultura, sino porque la amamos y queremos una vida mejor para nuestra comunidad y generaciones futuras.

“El regalo más hermoso que podemos ofrecer es nuestra presencia”, dijo Sofía. “Decirle a alguien ‘te quiero’ o ‘te amo’ y asegurarles ‘estoy aquí para ti’ tiene un inmenso poder. Después de todo, si no podemos nutrir el amor por nosotros mismos, ¿cómo podemos extenderlo a los demás?”.

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Sin la familia

«En esta vida hay obstáculos, sí, pero nada es imposible, se trata de luchar día a día», Edwin Vásquez Sabán

Por Misikir Melaku.

Imagina vivir en un lugar donde no conoces el idioma, la gente, las costumbres, nada. Rodeado de lo desconocido. Esta es la realidad de Edwin Vásquez Sabán. 

Como muchos inmigrantes, Edwin vino a este país «para salir adelante», tener un futuro mejor, ayudar a su familia y darles lo que él nunca tuvo. 

A sus 19 años sería considerado un nuevo adulto en Estados Unidos, pero en su ciudad natal, San Juan Sacatepéquez, Guatemala, empezó a serlo cuando conducía a los 14 años: «trabajaba medio día y medio día estudiaba». Hacía todo para ayudar a sus ocho familiares, incluyendo a una hermana de siete años. 

Dejarlos fue la parte más difícil de todo. Sin embargo, dice, «en esta vida hay obstáculos, sí, pero nada es imposible, se trata de luchar día a día». Este es el consejo que sigue y utiliza para guiar su vida en Estados Unidos.

Llegó a la unión americana hace apenas siete meses, vive con un tío y un primo en Redwood City. Trabaja en un centro cultural cercano, Casa Círculo Cultural, en el departamento de artes visuales. En este momento, pasa sus días creando alebrijes para la próxima celebración anual del Día de los Muertos, en la Plaza del Palacio de Justicia de la ciudad. El tema es “animales que hacen música”, y describe un piano impresionante que acaban de hacer con cara de ballena en el frente, piernas de elefante, decorado con grillos y pintado de colores vibrantes. 

Al pensar en su infancia y esta festividad, Edwin recuerda con cariño la tradición anual de su familia en Guatemala: ir al cementerio y honrar a los muertos. Por ejemplo, dejaba flores y comida como calabaza o maíz junto con el agua o el refresco en la tumba de su abuela. Este año participa en la festividad de una manera diferente, al contribuir al Día de los Muertos en su trabajo, ayudando a abrir un camino para que otros celebren en Estados Unidos.

Después de su familia, Edwin extraña la comida con la que creció. Simplemente dice que «la tortilla acá tiene un aroma que no me gusta». Extraña el pinol, el caldo y el pipián, alimentos que se sirven en diferentes eventos y celebraciones en su casa. Una de ellas, es el cumpleaños de su madre, el cual será dentro de unos días, y que lamenta perderse por primera vez. 

A Edwin le es difícil estar lejos de su familia, pero al mismo tiempo está aquí para ella, esto es algo con lo que lucha. 

Al haber estado aquí en Estados Unidos por «tan poco tiempo», Edwin tiene dificultades para decir mucho sobre su relación con la cultura estadounidense, pero espera aprender inglés para tener más oportunidades.

Si bien pronto celebrará el Día de Acción de Gracias y la Navidad en Redwood City con su tío y su primo, al mismo tiempo, le gustaría mantener y compartir su cultura a través de la comida en casa, celebraciones en la iglesia y conversaciones con otros, para no perder sus «raíces guatemaltecas».

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Como un árbol

Como un árbol
“En México nos abrazamos mucho, siempre hay un contacto físico. A mis papás, por ejemplo, los saludo de beso”. ‒Gerardo Herrera, originario del Estado de México, México.

Por Cat Bui.

“Pues, ahí están y no son más que árboles. Ellos son personas. Somos personas y no necesitaríamos entenderlos, sino solamente reconocerlos”, me dijo Gerardo Herrera cuando le pregunté de qué manera debíamos pensar de personas de culturas diferentes.

Gerardo Herrera viene de México, del Estado de México, para ser precisos, donde ha obtenido una licenciatura universitaria en comunicación y pedagogía. Su trabajo principal es como gerente de un supermercado aquí en Redwood City, pero en ratos libres trabaja como periodista. Antes de venir a los Estados Unidos en el año 2015, trabajaba como reportero y fotógrafo en México. 

Gerardo me dijo que, entre los países de México y Estados Unidos, la autoexpresión de diálogo es diferente y afecta mucho la cultura de interacción. Por ejemplo, en el caso del espacio físico, “En México, al menos de la parte donde yo vengo, nos abrazamos mucho, nos saludamos siempre, siempre hay un contacto físico. Yo a mis papás, por ejemplo, los saludo de beso”.

Sin embargo, en Estados Unidos, no hay mucha de esa cultura física, lo que fue un choque para Gerardo. 

Él aclaró que la cercanía no es algo que vea mal, solo una cosa con que tenía que ajustarse al principio de estar en este país. Este fue un ejemplo de cómo debíamos tratar a las personas diferentes: “como si fueran árboles”. Debemos aceptar las diferencias entre nosotros como cosas naturales, porque sí son.

“A veces la solución de problemas de la gente solamente es escucharlos y hablar con ellos. A veces, muchas de sus molestias, de su cansancio, solamente es que quieren sentirse escuchados”. 

A mí me parecía que él estaba hablando sobre todas las comunidades marginadas, incluyendo los inmigrantes que tienen culturas y expresiones diferentes. 

Tenemos que abrir nuestros brazos a otros para conocer sus culturas, sus experiencias, sus cansancios y sus molestias. Nuestras ramas se pueden extender no sólo a otras personas, sino al cielo, para que crezca un bosque rico con empatía y paz.

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“Para el americano no soy americano, y para el mexicano no soy mexicano”, cuenta Karen Duarte López
“Para el americano no soy americano, y para el mexicano no soy mexicano”, Karen Duarte López, originaria de México.

Por Jireh Mendoza.

“Para el americano no soy americano, y para el mexicano no soy mexicano”, cuenta Karen Duarte López, una joven de 20 años que nació y creció en Redwood City. 

Como muchos hijos de inmigrantes, Karen experimenta una dificultad al identificarse con su cultura heredada y la de su ciudadanía. 

Los padres de Karen son de Sinaloa, México, y aunque Karen nunca ha podido visitar su tierra, han hecho un esfuerzo para enseñarle la cultura y mantenerla viva. Desde una edad temprana, era importante para sus padres enseñarle el español y cada año celebran días festivos mexicanos. 

A Karen le gusta celebrar el Día de los Muertos y la Navidad, ya que para ella son las festividades que la conectan más a su cultura. 

Además, la familia de Karen ha adoptado algunos aspectos de la cultura estadounidense, por ejemplo, celebran el “Día Del Pavo”, es decir, el Día de Acción de Gracias: con pavo, puré de papas y tamales. Ella bromea diciendo que celebra el “Día de los Cohetes”, el 4 de Julio: “ni siquiera es nuestra independencia, pero nos gusta”, explicando cómo celebran con hamburguesas, hotdogs y carne asada. Su familia hasta celebra dos días de las madres y de los padres, el de México y el de Estados Unidos. 

Hoy, Karen se siente orgullosa de sus raíces. Sin embargo, ese no siempre fue el caso. Ella describe la lucha entre sus identidades americana y mexicana, y la describe como un “void” (vacío). Ella comparte: “Si tú eres demasiado mexicano o latina te miran feo, que eres tú ya menos”. Esta es la batalla que enfrenta Karen. Pero, a través de Casa Círculo Cultural, ella se ha podido sentir más conectada a su cultura mexicana. 

Ella me explicó como Casa Círculo celebra la latinidad y enseña a los niños su cultura. 

A fin de cuentas, aunque no sea ni de aquí o de allá, Karen se siente agradecida de vivir con las dos culturas.

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Todo es posible

Todo es posible
“Todo es posible con dedicación y persistencia”, Lisandro Leonardo Vail, originario de Cajolá, Guatemala.

Por Alexa Figueroa.

“Todo es posible. Todo es posible”, estas son unas palabras conmovedoras por parte de Lisandro Leonardo Vail, un joven de 15 años, que a los 13 migró desde Cajolá, Guatemala, al Área de la Bahía en California. No es fácil migrar a un país nuevo para cualquier adulto, ahora imagine hacerlo como niño. 

Durante la conversación, Lisandro nos llevó desde jugar fútbol en el cálido exterior de Guatemala, a abordar un avión destinado a una ciudad en un país desconocido, San Francisco. Pero, ¿por qué?  Esta es la historia de un joven que salió con la esperanza de un futuro prometedor y en búsqueda de mejores oportunidades de educación y trabajo.    

Lisandro creció rodeado de familia y amigos. Estaba feliz, pero hubo un obstáculo, la falta de oportunidades que hizo difícil asegurarse de tener un futuro en Guatemala. Fue entonces cuando tomó la decisión de mudarse a Estados Unidos (EE. UU.), un país del que solo había escuchado. 

Por fortuna, él no estaba solo como muchos jóvenes que vienen, porque su padre lo esperaba y le decía: “no tienes que estar triste”, asegurándole que el cambio sería bueno y beneficioso. Eso le dio alivio, pero, de cualquier modo, él tenía miedo de lo desconocido. “[Cuando llegue] ¿Qué voy hacer? Si no sé nada”, pensaba.

Por ejemplo, recuerda cuando llegó: los edificios grandes, la comida en grandes porciones y, por supuesto, el sonido extraño que salía de los americanos: el inglés. Esta lengua ha sido una de sus dificultades más desafiantes; acostumbrarse y pronunciarla correctamente fue un obstáculo que tendría que superar para su educación. Además, en la escuela el inglés era una constante, algo con lo que tenía que familiarizarse. 

El notaba que nada era como Guatemala, los sistemas eran completamente diferentes y sorprendentes, pero con el paso del tiempo, Lisandro se empezó a adaptar a la cultura estadounidense, incluyendo el idioma. En particular, empezó a celebrar el Día de Gracias, un festejo conocido por su americanismo. Para su edad fue más fácil y rápida la transición, pero eso no quitaba la falta de su familia y sus costumbres.

De hecho, él comentó que extraña el Día de los Muertos, que celebraba con su mamá y sus primos yendo al cementerio donde están su abuela y hermano, preparando ofrendas y los platillos favoritos de su familia fallecida. 

Además, con sus primos hacía barriletes y los volaban, creando un momento significativo y especial. Esto ha sido algo que en EE. UU. no ha podido hacer, pero Lisandro está esperanzado en poder regresar un día a Guatemala para celebrar este día como antes.

Al final, ningún cambio es fácil, pero él sigue motivado a sacar una carrera de electricista y aprender de lo desconocido. Como dijo: “todo es posible” con dedicación y persistencia. 

Desde niño vio cómo su padre luchó para que él pudiera tener un futuro mejor y por eso espera obtener una educación y aprender el inglés para sacar una carrera, comprar una casa y, sobre todo, hacer sentir a sus padres orgullosos. 

Su historia probablemente podrá ser similar al de varios migrantes, pero la de Lisandro sirve para contar el por qué varios niños han decidido emigrar; algo que recientemente se ha estado volviendo más común. 

El “monstruo” de la salida, ha provocado que varios niños a los 13 años piensen que, para tener futuro mejor, tendrán que hacer una aventura en búsqueda de oportunidades. Aunque esto es solo el principio para Lisandro, él continúa teniendo fe de lograr sus metas. 

No tengo la más mínima duda de que él va a lograr sus sueños, y él tampoco tiene dudas de que los jóvenes que tienen esos sueños lo hagan y por eso dice: ¨Échenle ganas para hacer lo que quieran.”

 

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Un caldo para el corazón

Por Satya Vargas. 

Un caldo para el corazón
“No he perdido. Lo que hacía allá, lo encuentro acá”, Reyna Elizabeth Cuin.

¿Cuál es la comida que recuerda usted de la casa? 

Los ojos de Reyna se iluminan en respuesta a la pregunta. “Escogería el caldo de res. Allá en Guatemala le llamamos caldo de res. He tratado de prepararlo acá”. 

Al igual que su caldo, Reyna ha traído su cultura con orgullo a los Estados Unidos, sin embargo, traerla a un lugar diferente no es una hazaña sencilla. Aunque a ella le gusta cocinar y me explica con mucho placer cómo preparar un “chuchito”, Reyna no siempre ha tenido la oportunidad de crear todo lo que quiere con facilidad, ya que al principio tenía dificultades de encontrar los ingredientes. Entonces me describe como ella se quitó una máscara y decidió que podía preparar “chuchitos”. 

Y en esa frase pequeña es claro que Reyna no ha dejado que el mundo le diga lo que puede y no puede hacer, sino que ella se lo dice al mundo. Reyna ha decidido traer la cultura con ella, y encontrar una manera de hacerla posible aquí. 

Por ejemplo, es importante que Reyna lleve su huipil a los eventos especiales, aunque los americanos con frecuencia “[la] ignoran. No ven. Como que no es importante”. O cuando la ven en su traje en la calle, se acercan a ella y le preguntan, “¿de dónde eres? ¡Ah, Guatemala!” y la abrazan haciendo un gran alarde. A pesar de esto, ella sigue llevando su traje porque, así como su caldo de res, “es algo especial para mí”.

De la misma manera que su ropa tiene un lugar especial cerca de su corazón, el idioma mantiene un significado igual. Para Reyna su casa estaría incompleta sin el sonido K’iche rebotando en la pared. 

Al igual que en su pueblo de nacimiento, Chichicastenango, Guatemala, se habla k’iche en casa y ella espera que en el futuro sus nietos también lo aprendan, a pesar de vivir en los Estados Unidos. 

No obstante, no es necesario esperar a las generaciones siguientes para adoptar algo de los Estados Unidos. La vida de Reyna no solo ha sido construida al traer la cultura guatemalteca a los Estados Unidos, también ha adoptado algo de la cultura estadounidense y la ha involucrado en la suya. 

Mientras que, estar lejos de la familia y con un calendario diferente significa que no pueda celebrar los mismos días festivos de su niñez, ella ha adoptado tradiciones como el día de Acción de Gracias (cocinando un pavo al horno) y sigue festejando la Navidad, la cual celebra con su familia cercana.

Desde la llegada de Reyna, en 2014, ha creado una casa especial para ella y sus hijos. En un país extraño, lejos de la familia, de la cultura y del idioma familiar, ha encontrado una manera de recrear lo que le importa y añadir una pizca de la cultura americana.

Sentada frente a mí con su huipil lleno de flores bordadas a mano, describiendo su caldo de res, Reyna me dice que al igual que la búsqueda de los ingredientes de su caldo de res, ella ha encontrado…“no he perdido. Siento que acá encuentro lo que necesito. Lo que hacía allá, lo encuentro acá”.

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De sueños, migraciones y otras escrituras en Nueva York

Son ya dos meses desde que migré a la Ciudad de Nueva York. Desde adolescente lo soñé y hace cerca de tres años, cuando todas las puertas se me empezaron a cerrar en México, comencé a decretarlo: todos los días, a determinada hora —siempre la misma—, me repetía en voz alta que iba a vivir en esta ciudad… hasta que sucedió.

De sueños, migraciones y otras escrituras en Nueva York
Son ya dos meses desde que migré a la Ciudad de Nueva York. Desde adolescente lo soñé y hace cerca de tres años, cuando todas las puertas se me empezaron a cerrar en México, comencé a decretarlo: todos los días, a determinada hora —siempre la misma—, me repetía en voz alta que iba a vivir en esta ciudad… hasta que sucedió. Foto: Irma Gallo

La persecución que sufrí en mi país —y que me acompaña a cualquier lugar a donde voy— me obliga a ser cauta y no revelar cómo todo se conjuntó para hacer posible este sueño y otro por el cual se me va la vida: escribir. Sólo diré ahora, cuando una cursilería impaciente se apodera de mí, y ni modo, la voy a dejar salir, que los astros se alinearon y aquí estoy, cumpliendo dos meses de haber llegado, con una maleta pesadísima y poco dinero, sin saber muy bien a qué me iba a enfrentar pero con toda la emoción que podía caber en este pequeño pero bien dado y bien vivido cuerpo mío.

La persecución que sufrí en mi país —y que me acompaña a cualquier lugar a donde voy— me obliga a ser cauta y no revelar cómo todo se conjuntó para hacer posible este sueño. Foto: Irma Gallo
…aquí estoy, cumpliendo dos meses de haber llegado, con una maleta pesadísima y poco dinero, sin saber muy bien a qué me iba a enfrentar pero con toda la emoción que podía caber en este pequeño pero bien dado y bien vivido cuerpo mío. Foto: Irma Gallo

Puse el cuerpo, sí. Le puse cuerpo a mi sueño. A mi edad y con la incertidumbre de no tener ahorros para mantenerme a flote si algo fallaba, para mantener a mi hija allá, en nuestro país —a ella, que dice que no quiere emigrar—. Lo hice porque sentí que si no lo hacía me iba a asfixiar el arrepentimiento. Lo hice porque el tiempo pasa, y el muy ingrato lo hace cada vez más rápido cuando te diviertes —como dice la canción—, pero también, y sobre todo, cuando empiezas a envejecer.

Vine, pues, y este cuerpo mío —el físico, pero también el de la escritura—, se encontró con una ciudad en alto contraste, como uno de esos carteles disidentes de los años sesenta: los rascacielos, las marcas, los autos y las tiendas más lujosas del mundo conviven en este espacio densamente poblado con las miles de ratas y cucarachas que pasean felices e impunes por sus calles, con la basura acumulada en bolsas plásticas y con los homeless que han perdido la conexión con la realidad o quizá sólo han creado otra para poder sobrevivir. Nueva York huele a mota, a basura y a pipí, y estos días a calabaza. Es una señora elegante, que siempre va a la moda, usa ropa de diseñador y las joyas más caras, pero no se baña.

Vine, pues, y este cuerpo mío —el físico, pero también el de la escritura—, se encontró con una ciudad en alto contraste, como uno de esos carteles disidentes de los años sesenta. Foto: Irma Gallo
Los rascacielos, las marcas, los autos y las tiendas más lujosas del mundo conviven en este espacio densamente poblado con las miles de ratas y cucarachas que pasean felices e impunes por sus calles, con la basura acumulada en bolsas plásticas y con los homeless que han perdido la conexión con la realidad o quizá sólo han creado otra para poder sobrevivir. Foto: Irma Gallo
Nueva York huele a mota, a basura y a pipí, y estos días a calabaza. Es una señora elegante, que siempre va a la moda, usa ropa de diseñador y las joyas más caras, pero no se baña. Foto: Irma Gallo

Es la ciudad, también, en la que no importa cómo vayas vestida, qué edad tengas, a quién tomes de la mano o con quién fajes en la banca de un parque, nadie se te quedará mirando. Es la ciudad en la que bailar con una chica 20 años menor que tú es de lo más normal. Quiero creer que es por su cualidad de cosmopolita y liberal, pero también —y mi cuerpo lo siente— es porque a nadie le importa, porque todos estamos tan absortos en las pantallas de sus teléfonos o en la llamada que hacemos mientras caminamos, que ya no tenemos tiempo para detenernos a juzgar al prójimo. 

Todos estamos tan absortos en las pantallas de sus teléfonos o en la llamada que hacemos mientras caminamos, que ya no tenemos tiempo para detenernos a juzgar al prójimo. Foto: Irma Gallo

Es la ciudad en la que nadie te mira.

Nueva York, con sus cinco barrios: Manhattan, El Bronx, Brooklyn, Queens y Staten Island, es el lugar en donde, si llueve por la mañana ya te jodiste porque seguro lloverá todo el día, en donde un café cuesta lo que una comida corrida en mi país, en donde puedes escuchar cuatro idiomas en un vagón del metro (que, por cierto, acá se llama tren), en donde el calor del verano se siente como en Mérida: sudas hasta que el delineador de ojos se corre y se mezcla con la sal que baja por entre tus pechos y en donde, en los días fríos, sientes que el viento helado que viene del río te cachetea y te corta la respiración.

Nueva York, con sus cinco barrios: Manhattan, El Bronx, Brooklyn, Queens y Staten Island, es el lugar en donde, si llueve por la mañana ya te jodiste porque seguro lloverá todo el día, en donde un café cuesta lo que una comida corrida en mi país Foto: Irma Gallo
Puedes escuchar cuatro idiomas en un vagón del metro (que, por cierto, acá se llama tren), en donde el calor del verano se siente como en Mérida: sudas hasta que el delineador de ojos se corre y se mezcla con la sal que baja por entre tus pechos y en donde, en los días fríos, sientes que el viento helado que viene del río te cachetea y te corta la respiración. Foto: Irma Gallo

Mi cuerpo es otro en Nueva York. Se expande y se contrae según le pegan el clima y la soledad. A mi escritura le pasa lo mismo. Hay días que escribo y reafirmo el porqué de esta migración, hay otros en los que las palabras simplemente se quedan atoradas en la cabeza y no llegan al teclado, se vuelven cobardes. Y entonces me pregunto qué fregados hago aquí, deshijada, desmadrada, deshermanada. 

Cerveza en mano, en un bar caribeño de la calle 50, una amiga tapatía que lleva seis años viviendo aquí me dijo que esta ciudad es como un huracán: te jala hacia su centro, hacia su único ojo, y puede que te quedes ahí arropada, en medio de su vorágine, o que de plano te expulse con toda esa violencia de la que es capaz. 

Hasta ahora —y sé que es muy pronto, pero What the hell!— no me ha expulsado y lo agradezco, porque esta ciudad es también una ciudad solidaria, en donde hoy hubo una marcha de estudiantes universitarios en contra del genocidio en Palestina; en donde hay casetas con comida gratis para quien la necesite; en donde a los perros se les trata como lo que son: familia; en donde los muchos acentos del español nos reconocen y hermanan y si suena Shakira en la fiesta nos ponemos como locos; en donde, a pesar de las prisas de siempre, una joven mujer se detiene a ayudar a un hombre que viajaba en scooter y fue golpeado por un carro, su rostro ensangrentado, estrellado contra el pavimento. 

Esta ciudad es como un huracán: te jala hacia su centro, hacia su único ojo, y puede que te quedes ahí arropada, en medio de su vorágine, o que de plano te expulse con toda esa violencia de la que es capaz. Foto: Irma Gallo
Esta ciudad es también una ciudad solidaria, en donde hoy hubo una marcha de estudiantes universitarios en contra del genocidio en Palestina; en donde hay casetas con comida gratis para quien la necesite; en donde a los perros se les trata como lo que son: familia; en donde los muchos acentos del español nos reconocen y hermanan. Foto: Irma Gallo

Si a los niños del Madrid de Sabina les daba por perseguir el mar dentro de un vaso de ginebra, las niñas del Bronx caen al piso, inconscientes, a la entrada del metro: ¿sobredosis, hambre o cansancio? Imposible saber, pero un grupo de personas no tarda en rodearla, ponerse de rodillas y tratar de ayudarla, a como dé lugar. Ella, rubia, con la piel casi transparente; ellas y ellos, morenos y morenas, dominicanos, mexicanos, colombianos, puertorriqueños, latinos, pues.

Escribo Nueva York, la escribo con el cuerpo. Con mi cuerpo migrante.

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Cómo nos cambia el cambio climático

Cómo nos cambia el cambio climático
A medida que el cambio climático altera las temperaturas y los patrones meteorológicos en todo el mundo, también trastorna nuestras vidas tanto en lo social, lo político y espiritual, compartieron los expertos en clima en una conferencia de prensa organizada por la agencia Ethnic Media Services, EMS, que se llevó a cabo el viernes 15 de septiembre. Foto: Manuel Ortiz P360P

Por Selen Ozturk. Ethnic Media Services

A medida que el cambio climático altera las temperaturas y los patrones meteorológicos en todo el mundo, también trastorna nuestras vidas tanto en lo social, lo político y espiritual, compartieron los expertos en clima en una conferencia de prensa organizada por la agencia Ethnic Media Services, EMS, que se llevó a cabo el viernes 15 de septiembre.

El costo social del cambio climático

Hannah Hess, directora Asociada del Climate Impact Lab (Laboratorio de impacto ambiental), con sede en Denver (Colorado), señaló que el impacto financiero de reducir las emisiones conlleva un costo social, “que obliga a los responsables políticos a desviar recursos de otros objetivos que son cruciales, como incrementar el acceso a vivienda asequible o invertir en nuestros sistemas educativos”.

La tarea, a grandes rasgos, mencionó, consiste en “estimar el beneficio para la sociedad de nuevos límites en políticas como las emisiones de los escapes de los vehículos y evaluarlos, por ejemplo, contra el costo para la industria automovilística y la inversión requerida para hacer cumplir esa nueva norma”.

Las proyecciones del Climate Impact Lab sobre la mortalidad relacionada con el clima en relación con el PIB mundial hasta 2099 muestran que los costes más graves son los que afectan a la salud.

Por ejemplo, si bien se prevé que los costos de mortalidad representen el 1% del PIB de California hasta 2039, se espera que esta cifra alcance al menos el 5% en algunas partes del Estado si continúan las altas emisiones hasta 2099.

Como otro ejemplo, Hess discutió las proyecciones de calor de Orlando, Florida: “De 1986 a 2005, la ciudad experimentó aproximadamente tres semanas de días con temperaturas superiores a 95 grados Fahrenheit”, dijo Hess. “A mediados de siglo, serán 55 días, es decir, casi dos meses de calor extremo. Estas temperaturas agravan las afecciones respiratorias y cardiovasculares y pueden afectar a los medicamentos.”

El impacto mortífero del cambio climático

El cambio climático se refiere a los cambios a largo plazo en las temperaturas y los patrones meteorológicos, causados principalmente por las actividades humanas, en especial por la combustión de combustibles fósiles.

En consecuencia, prosiguió, el aumento de las temperaturas en Orlando ha provocado un incremento de la tasa de mortalidad de 19 por cada 100,000 personas “en comparación con un mundo futuro sin cambio climático—para poner en contexto—eso es más letal que los accidentes de coche, que en la actualidad tienen una tasa de mortalidad de 14 por cada 100,000 en EE.UU.”.

Comprendiendo el cambio climático desde la perspectiva espiritual

Jon Christensen, catedrático adjunto del Instituto de Medio Ambiente y Sostenibilidad de la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA), afirmó que, al igual que el cambio climático está alterando nuestro entorno, también nosotros estamos modificando la forma en que consideramos este cambio y cómo nos percibimos a nosotros mismos en relación a él.

“La forma en que la gente piensa sobre las catástrofes naturales puede cambiar con el tiempo”, dijo, poniendo como ejemplo la peste negra (black death): Cuando la peste bubónica mató a 25 millones de personas en Europa en el siglo XIV, muchos la consideraron un justo castigo de un Dios enfadado”. El cambio climático y sus efectos también se ven cada vez más no como desastres naturales, sino como un justo castigo de la “madre naturaleza” por nuestros pecados”.

Christensen afirmó que el concepto de cambio climático “no sólo tiene que ver con los procesos físicos que la frase etiqueta, sino que también está determinado, como otros conceptos, por nuestras propias narrativas y valores, las historias que contamos sobre el mundo y sobre nosotros mismos y que constituyen nuestras identidades”.

Citó al ex gobernador de California, Jerry Brown, quien “señaló la prolongada sequía como algo que la gente podía ver y sentir en sus comunidades y vidas. A partir de esas historias pidió a la gente que actuara, que conservara el agua urbana en un 20%, y así lo hicieron. Me gusta llamarlo el estilo de California: Soleado con posibilidad de apocalipsis”.

Señalando la centralidad singularmente estadounidense de la posición de cada uno sobre la política climática en relación con la identidad política general de cada uno, dijo que gran parte de la polarización entre los que creen en el cambio climático y los que no se debe a una duda creada deliberadamente por la retórica diseminada por las campañas de relaciones públicas de las empresas que explotan combustibles fósiles que han seguido los métodos utilizados de la industria tabacalera en aras de seguir apoyando la industria.

Polarización política

Megan Mullin, Directora Docente del Centro Luskin de Innovación de la UCLA, explica esta polarización: “La división es la característica más importante de la política sobre el cambio climático en Estados Unidos. En una nación profundamente polarizada en líneas partidistas, no hay otro asunto que divida más a demócratas y republicanos que el cambio climático, y a medida que aumentan los efectos sobre el clima, también se ensancha esta brecha”.

Sin embargo, dijo, las implicaciones de esta brecha están cambiando: La división partidista ya no se traduce en estancamiento político, como ocurrió durante décadas, cuando la posibilidad de una coalición mayoritaria era en gran medida discutible y “las acciones de los presidentes demócratas cuando estaban en el poder eran luego revocadas por sus sucesores republicanos”.

El cambio climático se refiere a los cambios a largo plazo en las temperaturas y los patrones meteorológicos, causados principalmente por las actividades humanas, especialmente la combustión de combustibles fósiles.

Una de las razones de este cambio se debe a un apoyo más coherente frente a la acción por el clima entre los propios demócratas, lo que lleva a políticas más audaces por parte de los estados azules.

Ejemplos actuales a nivel federal son la Ley de Reducción de la Inflación y los “niveles históricos de inversión en mitigación de efectos de cambio climático… en términos de calor extremo, aumento del nivel del mar, sequías e inundaciones”, dijo Mullin.

El futuro de la expansión de las energías limpias puede estar en los estados republicanos, añadió, ya que el 38% de la capacidad operativa de energía limpia de Estados Unidos está en Iowa, Kansas, Oklahoma y Texas.

Mientras tanto, los propios republicanos corren más riesgos que los demócratas ante los efectos previstos del cambio climático. Así, incluso líderes republicanos que niegan vocalmente el cambio climático, como por ejemplo el gobernador de Florida, Ron DeSantis, están realizando inversiones históricas en los humedales o pantanos y agua limpia para prevenir inundaciones.

Además, el partidismo entre el apoyo y la desaprobación de políticas climáticas más fuertes -tanto entre partidos como dentro del propio partido republicano- es cada vez más una cuestión de diferencias generacionales que políticas, dijo Mullin, siendo los estadounidenses más jóvenes de todo el espectro político más propensos que las generaciones mayores a expresar su interés en abordar el cambio climático.

Hablando de cambio climático

Anais Reyes, Jefa de Exposiciones del Museo del Clima de Nueva York, compartió su visión “desde las trincheras” de que hay apoyo de los estadounidense a la política climática que incluye a todas las clases sociales y raciales.

Citando un estudio realizado en 2020 por las universidades de Yale y George Mason, señaló que el 66% de los estadounidenses están preocupados por el cambio climático, pero sólo uno de cada cinco oye hablar de él con regularidad, lo que crea “lo que los investigadores llaman una ‘espiral de silencio’. Y esto crea un ciclo de retroalimentación que alimenta la inacción. Dos tercios de los estadounidenses dicen que el gobierno está haciendo muy poco sobre el cambio climático, pero consideramos que no hay una supermayoría”.

“Esta falsa realidad social en lo que respecta al cambio climático nos impide hablar de soluciones a todas las escalas”, afirma Reyes. ” Utilizamos el arte como punto de partida para estimular el diálogo, conectar a la gente con la acción, alejarla de la desesperanza y llevarla hacia la motivación e iniciativa para la acción”.

Citó un muro de pegatinas interactivo en “Someday, all this” (“Algún día, todo esto”) -una exposición del artista visual David Opdyke que se celebró de octubre de 2022 a abril de 2023- como ejemplo reciente de cómo el Museo está enfrentando la espiral del silencio: “Cada pegatina llevaba una etiqueta con una acción diferente, como votar o hablar de la acción por el clima con los amigos, y la gente escribía en las que más resonaban y las pegaba en la pared. Al final, teníamos miles de pegatinas que desbordaban la pared hacia otras partes del museo, y se podía ver cómo el compromiso individual de cada uno con la acción por el clima tenía un impacto colectivo y multiplicador”.

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Autoridades de Santa Clara alertan por estafas telefónicas donde se hacen pasar por policías

Autoridades de Santa Clara alertan por estafas telefónicas donde se hacen pasar por policías
Autoridades de Santa Clara han emitido una alerta a sus residentes debido a un creciente número de estafas telefónicas, donde los defraudadores se hacen pasar por miembros del Departamento de Policía local.

Autoridades de Santa Clara han emitido una alerta a sus residentes debido a un creciente número de estafas telefónicas, donde los defraudadores se hacen pasar por miembros del Departamento de Policía local.

A través de un comunicado, el Departamento de Policía de Santa Clara detalló que continúa recibiendo informes de miembros de la comunidad sobre estafadores telefónicos que se hacen pasar por personal policial. 

En algunos casos, precisó, los estafadores falsificarán el número exacto de un departamento de seguridad pública para disfrazar su identidad e intentarán extorsionar a las personas alegando que existe una orden de arresto activa. 

Como recordatorio, la policía de Santa Clara recordó que nunca le pedirá pago ni dinero por teléfono. 

Ante ello, las autoridades solicitaron que, si usted recibe una de estas llamadas telefónicas, cuelgue inmediatamente y llame al departamento directamente al 408-615-4700.

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Arrestan a dos en San Mateo por sospecha de robo de vehículo a mano armada

Arrestan a dos en San Mateo por sospecha de robo de vehículo a mano armada
Los detectives identificaron y arrestaron a 2 por sospecha de robo. El pasado 15 de septiembre, a las 12:17 horas, la víctima estacionó su camioneta de trabajo, tras ello, dos sospechosos salieron, ambos armados con una pistola, y ordenaron a la conductora salir del auto y tirarse al suelo.

El Departamento de Policía de San Mateo arrestó a dos por sospecha de robo en relación con un robo de auto a mano armada que ocurrió el pasado 15 de septiembre.

El pasado 15 de septiembre, a las 12:17 horas, la víctima estacionó su camioneta de trabajo cerca de la intersección de 42nd Avenue y Edison Street, tras ello, un Infinity color blanco se estacionó frente a su automóvil y dos sospechosos salieron del otro vehículo, ambos armados con una pistola, y ordenaron a la conductora salir del auto y tirarse al suelo. 

Uno de los sospechosos, posteriormente identificado como José Ramírez Márquez, se subió a la camioneta de la víctima y se fue. El otro, identificado más tarde como Julio Villalobos, regresó al Infinity blanco y se marchó, de acuerdo con un comunicado del Departamento de Policía de San Mateo.

Los agentes llegaron al lugar del crimen y hablaron con la víctima, señalaron.

Posteriormente, los agentes pasaron la información sobre el vehículo robado a los departamentos policiales circundantes, y oficiales del Departamento de Policía de Brisbane localizaron la camioneta robada que circulaba por la autopista 101 e intentaron detenerla. 

Ramírez Márquez, de 18 años y residente de Oakland, intentó huir de los agentes y estos le persiguieron hasta San Francisco, donde se detuvo, salió de la camioneta y comenzó a huir a pie. 

Los agentes de Brisbane rápidamente lo alcanzaron y lo detuvieron. Ramírez Márquez estaba en posesión de una pistola cargada y no registrada. 

Finalmente, los agentes del Departamento de Policía de San Mateo respondieron y arrestaron a Ramírez Márquez, quien fue ingresado en la cárcel del condado de San Mateo.    

La Oficina de Investigaciones continuó indagando sobre este crimen y, durante la investigación, los detectives hablaron con testigos, revisaron imágenes de vigilancia, redactaron órdenes de registro y reunieron pruebas. 

Los detectives finalmente pudieron identificar al segundo sospechoso como Julio Villalobos, 18 años de edad, residente de Antioquia, el cual fue arrestado el pasado 16 de noviembre e ingresado en la cárcel de Santa Rita del condado de Alameda.    

 

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